Hay conversiones fulminantes. Un pecador se abre a la gracia, rompe con el mal, y cambia profundamente.
Hay conversiones lentas, como un proceso de maduración que puede durar semanas. Un día llega la hora del salto. Inicia una vida en Dios.
Tras la conversión, o como parte de un camino constante de vida espiritual, llegan momentos de cansancio y estancamiento. La tibieza asoma y oscurece el alma.
En esos momentos en que parece que todo se ha detenido, o incluso que vamos hacia atrás, hace falta un pequeño esfuerzo para romper el cerco.
No podemos permitir que la acedia (el famoso «demonio meridiano») apague el fuego que recibimos con la gracia. Necesitamos dar pasos pequeños para romper el cerco.
¿Cómo hacerlo? Es fácil imaginar algunos ejemplo sencillos de cómo dar esos pasos en la vida espiritual.
Este día la oración ha sido un momento cansado, casi somnoliento. El desaliento asoma. Reacciono: mi paso pequeño consiste en pedir perdón a Dios sin desanimarme.
La jornada ha estado llena de tensiones y de angustias por lo material. Miro hacia un crucifijo. Junto las manos y rezo por el cambio de mi corazón.
En la conversación dejé que mis palabras corriesen libremente, y lancé críticas a cercanos y lejanos. Sí, me doy cuenta muy tarde, pero ahora puedo rezar por aquellos a quienes he dañado.
Son muchas las situaciones en las que podemos dar pasos pequeños hacia Dios y hacia los demás. Son momentos hermosos en la vida espiritual, porque encienden de nuevo el fervor y nos impulsan en el camino hacia el amor.
Quizá no logro una santidad rápida, fulminante. Pero dejo que Dios tome posesión de mi alma. Así me ayudará a caminar hacia Él, y me abrirá al amor sincero que avanza, poco a poco, hacia una vida bella.
P. Fernando Pascual