El eminente teólogo Olivier Clément recuerda en su autobiografía una costumbre cristiana hoy prácticamente olvidada y que a él le marcó en su juventud: sus padres, campesinos franceses, siempre preparaban la mesa con un cubierto de más, dispuesto para aquel que llamara a la puerta sin previo aviso, ya fuese conocido o simplemente un viajero de paso.
Esta comprensión de la hospitalidad, que se practica sobre todo con aquel que no se espera, que está dispuesta a acoger a quien llega sin previo aviso, no se da únicamente en los pueblos cristianos, pero es en ellos eminente. San Juan del Hospital fundó sobre esta idea su labor caritativa, que consistía en hacer que el otro, el indigente, se sintiera como en su casa.
La Iglesia crece y crecerá siempre en la acogida. Así lo señala Chiripa el pedigüeño, personaje de varios cuentos de Leopoldo Alas Clarín, cuando dice que el único sitio en el que se le acepta como a uno más es en la parroquia. Lo dirá el Papa Francisco una y otra vez, y tal vez algún día se nos meta en nuestras testas berroqueñas: el cristianismo no consiste en aceptar una serie de preceptos morales, ni siquiera en practicarlos, sino en acoger a Cristo, que se empequeñece para que seamos nosotros. seres libres, los que le dejemos entrar.
Y al acoger a Cristo nos damos cuenta de que era él quien estaba esperando antes, procurando nuestra amistad. De la misma manera, al acercarnos al menesteroso nuestra actitud no será la de mirarlo por encima del hombro, para ayudarle desde una posición de superioridad -lo que hacemos tantas veces y ha desacreditado a los ojos del mundo la idea de la caridad cristiana. Al contrario, es él quien debe acogernos a nosotros, que hemos de aproximarnos con sumo cuidado, pisando terreno sagrado, para que nos acepte. El pobre, el necesitado, es el que tiene el privilegio de reconocernos y, por este camino, hacernos prójimos.
Tal es la actitud de Cristo cuando viene a nosotros que, indigentes y necesitados, hemos de reconocerle como prójimo y abrirle la puerta para que él así pueda cambiarnos la vida.
En estas fechas lo recordamos naciendo indefenso en un pesebre, sin posada, Dios humillado por amor hacia quienes lo necesitan más que a nada en el mundo. Abrámosle el corazón, incluso aunque no le estuviésemos esperando.
Por Marcelo López Cambronero