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La navidad de los cristianos

El papa Benedicto XVI nos advirtió que considerar ahora la fe cristiana como un presupuesto común es ilusorio; se suelen ignorar hoy tanto los contenidos de la fe como los valores que ampara. Nos dijo: “No podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta” (Porta Fidei, 3). La Navidad se celebra ahora en todo el mundo globalizado y la llaman “fiestas de invierno”, “decembrinas”, y otras mil lindezas que los creyentes en Cristo soportamos con complaciente resignación. Recojamos, para recordar, algunos elementos de la Navidad cristiana.

Primero. ¿Dónde comenzó? Según la carta a los Hebreos, tuvo principio en un diálogo en el seno de la Santísima Trinidad, entre el Hijo y el Padre eterno, con las palabras del salmo 40: Padre, “no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo. No te agradaron holocaustos ni sacrificios expiatorios. Entonces dije: Aquí estoy, he venido para cumplir, oh Dios, tu voluntad” (10,5). Así quedaron abolidos los sacrificios del Antiguo Testamento, y al Hijo el Padre le dio un cuerpo para ofrecerse en sacrificio por nuestros pecados. El Hijo de Dios lo tomó del seno de María, por obra del Espíritu Santo. Ese fue el que nació en Belén y murió en la cruz en el Calvario. Navidad es el inicio del Misterio de la Redención.

Segundo. Los personajes que intervienen son escogidos por Dios. María es la flor preciosa del pueblo de Israel y de la humanidad: “La Bendita entre las mujeres”. En su figura de Madre-Virgen brilla la fuerza creadora y recreadora del Espíritu Santo, que fecundó su seno virginal. En Ella se concentró la doble gloria de la mujer: la virginidad y la maternidad. María es la nueva Eva, la mujer nueva, concebida sin pecado, regenerada por la gracia y regeneradora, junto con su Hijo, del género humano degenerado. Personajes como José, los pastores, Isabel y Zacarías, Simeón y Ana, representan a los sobrevivientes del pueblo de Israel, los “pobres del Señor”, que ponían en Dios toda su fe y esperanza. Con ellos comienza Dios a reconstruir a su pueblo y a la humanidad, y mediante los Reyes de Oriente invita a todos los pueblos a adorar al Hijo de Dios. El Nacimiento de Jesús es desafío para profesar públicamente nuestra fe en Dios y rendirle adoración.

Tercero. Los protagonistas y participantes en el Misterio navideño, son: La santa familia de Nazaret: Jesús, María y José. Ninguno puede faltar. Vienen después, en la tierra, los pastores con sus ofrendas y, en el cielo, los ángeles con su música y su luz. Los acompañan todos los elementos nobles de la creación, comenzando por las bestias mayores, el burro y el buey, que enseñan a los humanos a reconocer al Salvador. Se admite la imaginación de acuerdo con la tradición y costumbres del país, pero aquí nadie viaja en trineo, ha visto renos y menos a una “santa” llamada Claus con botas estrepitosas y risa socarrona. La Iglesia venera a San Nicolás, un obispo lleno de caridad para con los pobres, en otra ocasión. La sal es buen condimento, la sosa pervierte el sabor.

Cuarto. La Iglesia, al recordar la venida en carne mortal del Hijo de Dios, nos invita a preparar su próxima venida en gloria. Recordamos el pasado para preparar el futuro. Las familias cristianas  lo hacen compartiendo fe, cariño y perdón; leyendo pasajes bíblicos, orando y reflexionando en la grandeza del misterio que se esconde en la humildad, y abriendo el corazón al hermano, a la vida y al amor. Feliz y santa navidad.

Mario De Gasperín Gasperín