En plenas precampañas para la Presidencia de México, ningún candidato expresa con firmeza, todavía, su defensa por la vida y su reconocimiento de las diferencias biológicas entre hombre y mujer. Y no lo harán. No quieren exponerse a los linchamientos que recibirían. Los acusarían de querer “imponer” a las mujeres maternidades no deseadas. Los acusarían de “homófobos”. El pensamiento único rige ya el discurso político mexicano y los medios de comunicación. ¿Qué podemos hacer ahora para defender la vida y la familia?
Como ciudadanos, debemos invitar a los candidatos a que expresen su defensa de la vida y de la familia, fundada en el matrimonio de un hombre y una mujer. Si su tibieza les impide hablar en favor de los valores verdaderos, conozcamos bien a los candidatos y votemos por aquellos que finalmente apoyen con políticas públicas dichos valores.
Y dejemos de ser nosotros tibios al respecto. No nos de pena expresarles a nuestros candidatos, pero también a nuestros amigos y a nuestros compañeros de trabajo, nuestro apoyo a la vida y la familia. Hagámoslo a tiempo y a destiempo como recomendó san Pablo.
Si tenemos miedo de que se nos acuse de pericos monotemáticos, hablemos de los valores que nos animan a los cristianos en su gran riqueza y diversidad. “Demos razón de nuestra esperanza”, como prescribe san Pedro. Estos valores en última instancia sustentan nuestra defensa de la vida y la familia.
Hablemos, por ejemplo, de la libertad. ¿Quién no repite, como los más famosos patriotas, el lema “libertad o muerte”? ¿Quién se atreverá a ser enemigo de la libertad? El problema es que muchos que defienden la libertad la confunden con el libertinaje. Este lo pueden gozar hasta los perros que, de no estar amarrados, van tras la perra, pero sin siquiera saberlo, sólo impulsados por sus instintos. El hombre, en cambio, en la medida que razona y en la medida que se informa puede escoger. La verdad es lo que lo hace libre. En lugar de responder, como esclavo, a los impulsos animales, toma las riendas de su vida por elegir lo que de veras le conviene. Esta es la verdadera libertad, la “libertad moral”. A quien no es capaz de ejercerla hasta se le niegan los derechos civiles, por ejemplo, a los niños por no tener capacidad de entender y elegir todavía (por eso no pueden votar), a los presos en la cárcel por haber demostrado que no supieron elegir bien (por eso se les tiene encerrados).
Hablemos, también, del amor. Sólo un amargado puede oponerse a él. El problema es que hoy una gran mayoría confunde el amor con la lujuria. Basta que escuchemos las canciones de moda que exaltan el que dicen que es “amor” pero es pura calentura y egoísmo. Y no es que no exista la legítima “calentura” en el amor de los esposos. Pero se impone sobre todo la donación total al otro en función del bien (y no del capricho) del amado, es más, con apertura a los frutos de ese amor. Por ello son bienvenidos los hijos. Por ello el amor entre esposos puede sólo darse entre un hombre y una mujer.
Hablemos, aunque sea difícil, de la verdad. Este valor no entusiasma a muchos porque compromete. Quien sustrae papelería de la oficina se negará a reconocer que su acción es un robo. No le conviene admitirlo. Por ello, hay que aprovechar las ocasiones en que a las personas no se les dificulte admitir la verdad, por ejemplo, cuando ellas sean víctimas del robo. Es entonces que podremos señalarles la posibilidad de la verdad en muchos otros rubros, y recordarles que sin ella no podemos ser libres, ni amar tampoco: porque el amor sólo es posible si la donación al otro es libre, no forzada.
Hablemos pues de los valores que nos hacen crecer como personas y nos hacen construir un mundo mejor. Enfrentémonos al pensamiento único deshumanizante. Y haciendo el bien borremos los males que aquejan nuestras comunidades.
Encomendémonos, para ello, a Jesús, José y María en esta Navidad. Jesús Niño es la Vida misma y nos revela su Verdad y su Belleza. José y María, hombre y mujer, son la familia que nos trae al Salvador.
Por Arturo Zárate Ruiz
Elogio del artículo la invitación que nos hace a hablar y luchar por la libertad, por el amor y por los bienes y valores que defendemos como católicos. Hay que hacer lo sin duda en estas batallas políticas. Lo que no nos dice son las opciones reales que pueden presentarse al votante católico que es lo más urgente. Habría opciones, cuando menos si los candidatos y diversos frentes se comprometen a no promover aborto ni matrimonio igualitario. Pero no basta. Una opción que no concrete, por ejemplo, su quehacer o su plataforma por el logro de la justicia social, o que lo haga en términos demagógicos o teniendo una marcada trayectoria de corrupción y malos manejos, tampoco es opción. Hace poco alguien me discutió que un obispo mexicano pretendía que en política o su buscan todos los bienes posibles y deseables o no se es católico. Yo lo negué. Para colmo anda circulando una página cuyo autor insiste en permanecer anónimo y negarse a nombrar responsables de la página que nos quiere lavar el cerebro a los católicos desde es irresponsabilidad del anonimato. Hay que hacer muchas cosas en política. Que a la palabra siga la acción, que el diálogo nos muestre el camino y nos haga aprender a discernir los signos de los tiempos sin simplismos ni pietismos. Javier Prieto Aceves