Lo hemos escuchado, visto y leído en todos los medios de comunicación, de dentro y de fuera de la Iglesia: que el Papa sea latinoamericano es una novedad histórica.
Pero, ¿qué significa que un Papa sea latinoamericano? ¿Qué está aportando la peculiaridad cultural que trae Francisco? Porque los seres humanos no somos entes abstractos que nos desarrollemos de forma autónoma. Bien al contrario, en el largo proceso que nos constituye como personas el ambiente cultural resulta decisivo.
Y es verdad que latinoamérica está lejos de ser un continente uniforme. Tal vez es una de las tierras más ricas, variadas y coloridas pero, al mismo tiempo, contiene elementos comunes innegables que le otorgan algunas notas propias. El Papa es indudablemente argentino, es más, bonaerense, pero también es latinoamericano.
Esto supone, en primer lugar y por desgracia, una experiencia directa de las desigualdades y las injusticias. Entiéndanme: los europeos no viven en Jauja, todavía menos si pensamos en lo que inevitablemente ha sufrido un italiano, un alemán o un inglés de la edad de Francisco…, pero la estructura social europea es mucho más equilibrada, porque la prevalencia de la clase media es indudable. Las gentes en Europa, al menos desde el siglo XIX, percibe una suerte común que atañe a todos y que se identifica, de alguna manera, con el predominio y ubicuidad del papá Estado. Ser latinoamericano supone tener cerca la pobreza extrema, y eso despierta una sensibilidad especial ante la injusticia, la marginación, hacia lo que Francisco denomina “las periferias”.
En segundo lugar ser latinoamericano, hijo de inmigrantes y criarse en una megápolis como Buenos Aires te pone en contacto directo con la diversidad: con la diversidad de culturas, de identidades, pero también de maneras de vivir y de sufrir. Europa, con la Ilustración, ideó una moral y un modo de vida idéntico para todos, al que cada cual tenía que amoldarse. La consecuencia es el moralismo y, desde él, el juicio contra los demás. No es que Latinoamérica haya estado libre de esta influencia ilustrada pero lo cierto es que el Papa pudo experimentar la importancia de comprender, acoger y escuchar, antes que condenar y reprender.
Me parece que estas dos particularidades de su educación han dado lugar a un Papa único y excepcional que, viniendo “desde el fin del mundo”, en verdad está ayudando a que profundicemos en nuestra experiencia cristiana.
Por Marcelo López Cambronero