Como la historia demuestra, no es posible revisar acontecimientos del pasado con criterios del presente sin adecuar los análisis a la cultura y valores al momento de los acontecimientos; tal es el caso de las ocho Cruzadas que tuvieron lugar entre los siglos XI y XIII, cuando la Iglesia vio surgir a las órdenes militares, los Caballeros de la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén, en el año 1113; los Caballeros de la Orden del Temple, en 1118; y los Caballeros Teutónicos en 1190.
La primera Cruzada, entre 1096 y 1099, fue convocada por el papa Urbano II durante el Concilio de Clermont del año 1095, pues los turcos mahometanos se habían apoderado de los Santos Lugares en Jerusalén desde el año 1071 y amenazaban con invadir Europa. El fraile francés, Pedro el Ermitaño, tras predicar la necesidad de rescatar los santos lugares de manos musulmanas, luego de obtener victorias en algunas poblaciones, llegó a Constantinopla con un ejército de 20,000 combatientes integrado por campesinos y familias que, carentes de formación militar, fueron masacrados por el emir Selyuquí de Mossul. Detrás de este llamado “Ejército de los Pobres”, llegaron los Cruzados, comandados por el Duque de la Baja Lorena, Godofredo de Bouillon, con un ejército de 60,000 hombres, mejor organizado y bien pertrechado, con el que tomó Antioquia y Jerusalén en el año 1099, e implementó el Reino Cristiano de Jerusalén que prevaleció por casi 200 años hasta 1291 con la caída de Acre.
En el siglo XII, la segunda Cruzada, de 1147 a 1149, fue alentada por san Bernardo de Claraval y comandada por el rey de Francia Luis VII junto con su esposa la reina Leonor de Aquitania y el emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico, Conrado III. La feroz resistencia de los bizantinos y las divisiones internas de los cruzados fueron obstáculo de mejores resultados.
La tercera, entre 1189 y 1192, promovida por el Reino Cristiano de Jerusalén, fundado durante la primera cruzada y asediado frecuentemente por los turcos, fue comandada por el emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico, Federico I Barbarroja; por Felipe II Augusto, rey de Francia; y por Enrique II Plantegenet, rey de Inglaterra, cuyo hijo, Ricardo Corazón de León, tras la muerte de su padre continuó con la Cruzada en la que obtuvo dominio sobre San Juan de Acre y un acuerdo con el sultán Saladino para garantizar acceso libre de los cristianos a la Tierra Santa.
En el siglo XIII, durante la cuarta Cruzada, entre 1202 y 1204, predicada por el papa Inocencio III, los cruzados lograron tomar Constantinopla, deponer al emperador bizantino Alejo V y proclamar emperador a Balduino IX de Flandes como primer monarca del Imperio latino. Bizancio quedó convertido así en feudo pontificio durante casi 60 años.
La quinta, entre 1217 y 1221, propuesta por el Papa Inocencio III en 1215 durante el cuarto Concilio de Letrán, se concretó bajo del pontificado de su sucesor, Honorio III, y fue la última cruzada en la que intervinieron los ejércitos pontificios. Fue dirigida por Andrés II, rey de Hungría; Leopoldo VI, duque de Austria; Juan de Brienne, rey del Reino Cristiano de Jerusalén; y Federico II, emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico. En un intento por conquistar Egipto, se incursionó contra El Cairo pero sólo se logró tomar la ciudad de Damieta.
La sexta, entre 1228 y 1229, fue una Cruzada pacífica emprendida por Federico II de Hohenstaufen, emperador del Sacro Imperio Romano-Germanico, quien gracias a su genio político, mediante acuerdos con al-Malik al-Kamil, nieto de Saladino y sultán de Ayubí, sin acciones bélicas logró recuperar Belén, Nazaret, Sidón y Torón e instaurar en Jerusalén la tolerancia religiosa.
La séptima, entre 1248 y 1254, quiso recobrar Jerusalén tras la invasión turca de 1244, la profanación del sitio del Santo Sepulcro con la exhumación de los restos de los reyes cruzados y la masacre de 30,000 cristianos, noticias que conmocionaron a la cristiandad y a san Luis IX, rey de Francia, quien respondió al llamado del papa Inocencio IV con un ejército de 35,000 hombres con el que recuperó Damieta y conquistó El Cairo, pero los desastres en la vanguardia, comandada por el conde de Artois, hermano de san Luis Rey, la fiebre que azotó al ejército, y la prisión del mismo rey, provocó la retirada de los Cruzados.
La octava y última cruzada, en 1270, comandada nuevamente por San Luis Rey de Francia fue un renovado intento por contener el avance turco. Antes de partir hacia Jerusalén, se apoderó de Túnez, al norte de África, donde murió víctima de disentería. Así terminaban los intentos de recuperar Tierra Santa para la cristiandad.
Por Roberto O’farrill / verycreer.com