En la vida se suceden momentos magníficos y oscuros, decisiones buenas y pecados, amores fieles y cobardías.
Gracias a la medicina curamos heridas y fortalecemos nuestro cuerpo. Con oraciones y buenos consejos orientamos el alma hacia el amor verdadero.
El tiempo corre sin pedir permiso. Los días pasan. Las fuerzas empiezan a dar señales de debilidad. El corazón percibe impulsos hacia el egoísmo.
Con la ayuda de Dios nos levantamos tras un pecado. El sacramento de la confesión borra la culpa y devuelve la gracia a quien se arrepiente.
Con la ayuda de médicos y de otras personas superamos enfermedades y cansancios del cuerpo y reemprendemos el trabajo cotidiano.
En ocasiones, aparece una enfermedad que cambia todo el panorama, o llega la vejez que empieza a cerrar posibilidades en quien hasta entonces era un volcán de iniciativas.
Sabemos que esta vida no es la patria definitiva. Un día tendremos que decir adiós al sol y a los amigos, a los familiares y a los compañeros de trabajo.
Todos estamos en camino hacia la parada final. Llegará antes, en muertes que consideramos prematuras pero que tienen su sentido en el corazón de Dios. O llegará más tarde, cuando las canas y los dolores se convierten en algo ordinario.
Lo importante es seguir en el camino mientras Dios nos dé fuerzas y esperanza. Todo lo que hagamos desde el amor viste de belleza el tiempo presente y prepara alegrías para el cielo.
Ahora solo me quedan estas horas que pasan veloces. Una llamada me da la noticia de la enfermedad de un amigo. Corro para buscarle y así sentir, a su lado, la brisa del abrazo que espera a cada uno de los que somos hijos del mismo Padre de los cielos…
Por P. Fernando Pascual