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¿Quién reina aquí?

La proclama con que abre el Evangelio de san Marcos el ministerio público de Jesús es solemne y programática: “El tiempo se ha cumplido y está cerca el Reino de Dios. Arrepiéntanse y crean en el Evangelio”. Esta sentencia resume todo el contenido de la predicación y actividad de Jesús. Habrá que prestarle atención para comprender lo que san Marcos nos quiere comunicar sobre la actividad y enseñanza de Jesús, que escucharemos durante este año litúrgico en la misa dominical.

La palabra “evangelio” solemos traducirla como Buena Noticia. Era el anuncio que el emperador comunicaba a sus súbditos, como el nacimiento de un hijo, la victoria en alguna batalla o una orden imperial. Era un mensaje proclamado con autoridad y lleno de poder salvador, porque el emperador se creía dios. Cuando san Marcos refiere que ya ha resonado en la historia el Evangelio, nos dice que el verdadero anuncio salvador ya está presente para toda la humanidad en la persona y actividad de Jesús. San Pablo lo llamará “el momento culminante de la historia”.

Se ha cumplido el tiempo de Dios, el que marcan los latidos de su corazón, previsto desde antes de la creación del mundo y ahora realizado en Galilea en la persona de Jesús, recién salido de las aguas del Jordán en la fila de los pecadores, pero presentado por el Padre como su “Hijo querido, su predilecto”. En Jesús, por tanto, radica toda la soberanía de Dios que viene a instaurar su Reino.

Podemos así intuir en qué consiste este Reinado de Dios que se hace presente en Jesús. Dios es el Creador, el Rey de la creación. Él reina con poder y majestad. Su reinado se extiende al cielo y a la tierra, a lo visible y lo invisible, a la creación entera que entregó al ser humano para que la “cultivara y la guardara”, pero que el hombre ni la cultivó ni la guardó. Ni dio culto al Dios verdadero ni guardó sus mandamientos. Se creyó dueño de la creación, desligado de Dios. Es el pecado de origen que mancilló la obra de Dios, desorientó el curso de la historia, introdujo la corrupción: la muerte y su predecesora la enfermedad y el dolor. El hombre se convirtió en enemigo de Dios, nacido sin fe, sin Dios, sin esperanza en este mundo, sometido al poder de la muerte y sujeto a satanás, su padre en lugar de Dios.

Jesús vino para destruir esta obra del diablo e instaurar el Reinado de Dios, liberando al hombre de sus cadenas y obras perversas y reorientarlo hacia Dios, a su origen y a su verdadero Señor. Dios debe ser reconocido y adorado por todo hombre como el Señor y el verdadero Rey de la creación y del universo entero. Sólo así el hombre podrá vivir en plenitud y recobrar el resplandor de la gloria de Dios, a cuya imagen y semejanza fue creado. Esta es la salvación y la sola posible.

Mientras el hombre no reconozca la soberanía de Dios en el mundo, comenzando en su corazón, no habrá paz ni salvación posible para el hombre ni para la creación. Proclamar el Reino de Dios significa reconocer a Dios como Señor, presente y actuando en el mundo y en la historia humana aquí y ahora, y someter nuestros proyectos a su voluntad. Entre nosotros, Dios ha desaparecido del horizonte de la vida y nos creemos capaces de ordenar al mundo y crear felicidad. Es lo que, en miles de “mensajes”, nos aturde día con día. ¿Lo vamos a creer?

Mario De Gasperín Gasperín