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La ambición de poder: cristianismo falso

Hay en el Evangelio un episodio en que aparece implicada toda una familia con los doce apóstoles y con Jesús. Se trata del ejercicio del poder. La madre de los Zebedeos, Santiago y Juan, se postra ante Jesús y le suplica que ordene que sus dos hijos se sienten, uno a su derecha y otro a su izquierda, cuando comience a reinar.

Esta narración se ubica después del tercer anuncio que hace Jesús de su pasión. El destino de Jesús está ya definido, solemnemente anunciado y los discípulos son invitados a acompañarlo en esta subida a Jerusalén. Allí será entregado a las autoridades religiosas (sacerdotes) e intelectuales (escribas) para ser condenado a muerte, y a las políticas (romanos) para que lo crucifiquen.  En este contexto, la petición de la madre de los Zebedeos suena más que impertinente.

En cada anuncio de la pasión, Jesús recibe un rechazo, una oposición. Es la condición humana. En el primer anuncio fue Pedro quien se le cruzó delante, lo desvió del camino y le juró que no lo permitiría. Jesús lo reprendió con dureza: “Aléjate, Satanás. Quieres hacerme caer. Piensas como los hombres, no como Dios” (Mt 16,23). Rechazar la cruz de Cristo es aliarse con Satanás.

En el segundo anuncio de la pasión (Mt 17,22), los discípulos discuten quién de ellos deberá ser el mayor en el reino de Dios. Jesús coloca en el centro del grupo a un niño, a un pequeño, pero ellos no entienden ni quieren entender la lección. La vanidad ciega la mente y endurece el corazón.

En el tercer anuncio es la madre de los Zebedeos quien pide los primeros puestos para sus hijos. Ellos utilizan a su madre para satisfacer su ambición. Jesús desarma su madruguete, y, encarándolos, les pregunta: “¿Pueden beber el cáliz que yo he de beber?”. Se trata del trago amargo que él beberá en Getsemaní y del “bautismo de sangre” que recibirá en el Calvario. La respuesta presuntuosa de los Zebedeos: “¡Podemos!”, es también desenmascarada por Jesús: “El cáliz lo beberán, pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo”. Esos lugares son “para quienes se los ha destinado mi Padre”. Los puestos en el Reino serán siempre don de Dios, no méritos personales.

Jesús había confirmado a Pedro, escuchada su profesión de fe, la elección del Padre celestial como Piedra fundamental de su iglesia. Había también prometido a los Doce que “se sentarían en doce tronos para juzgar a las Doce tribus de Israel”. Querían, pues, los Zebedeos desbancar a Pedro y asegurarse los primeros puestos en el Reino de Jesús. Esta ambición nuevamente suscita la discordia, pues “cuando los otros diez lo oyeron, se enojaron contra los dos hermanos”. El veneno de la envidia ha dañado ya su corazón y creado división y enemistad en el grupo. Entonces tiene lugar la sanción definitiva y contundente de Jesús, que es para nosotros: “Saben que entre los paganos los gobernantes tienen sometidos a sus súbditos y los poderosos imponen su autoridad. Entre ustedes no será así”. Eso no es cristiano. Un cristiano no gobierna así, sino que: “Quien quiera ser grande, que se haga servidor de los demás; y quien quiera ser el primero, que se haga sirviente de los demás”. Esto no es un código legal, sino el seguimiento e imitación del Hijo del Hombre “que no vino a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos”. Entre cristianos sólo el servicio y entrega de la vida justifica el poder.

Por Mario De Gasperín Gasperín

Para El Observador de la actualidad