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Vivir la Semana Santa con Francisco

La Semana Santa es un tiempo especial en la vida del cristiano. Es un momento para meditar sobre nuestro compromiso, sobre nuestra cercanía al Señor y, sobre todo, para rogarle que se instale más y más en nuestra vida.

Miremos al Crucificado, que lo dio todo por nosotros y que lo sigue dando, mientras padece los rechazos y desplantes que le hacemos y que son como clavos que hincamos en sus carnes. Él, mientras, nos observa con amor y misericordia, porque sabe que todos nuestros absurdos esfuerzos por construir la vida solos son como los empujones de una hormiga que deseara derribar un puente de hormigón. Solos no podemos. Lo sabe y espera, nos espera paciente y afectuoso.

Todos arrastramos una cruz y, a veces, la carga resulta tan pesada que flaqueamos. Suele estar relacionada con los ambientes más cercanos, con el rechazo o el juicio aplastante de los que más queremos, y eso hace que las rodillas tiemblen y nos derrumbemos. Si lo pensamos bien, es la misma cruz que utilizamos para justificar nuestra pasividad, la frialdad del corazón e, incluso, para rebelarnos en contra de Dios, porque no nos la quita, porque no nos libra de todo mal.

En el Padrenuestro decimos: “líbranos del mal”. Señor, líbranos del mal. Y no parece que Dios se apresure a hacerlo. Sin embargo, también podemos pensar: ¿cuándo fue la última vez que recé el Padrenuestro, que lo recé con conciencia, que lo hice pidiéndole de verdad a Dios que me librara del mal (del demonio, del pecado)? Es más, ¿cuándo lo hice con el deseo y la conciencia clara de que se haga Su voluntad? ¿Queremos que se haga Su voluntad, como la Virgen quiso, con esa sinceridad y entrega absoluta?

No corramos a bajarnos de la cruz, no sea que en ella esté nuestra salvación. Así decía Francisco en la Semana Santa pasada: “Dios siempre interviene en el momento en que quizá uno no lo espera, y Jesús resucita. (…) La noche siempre es muy oscura un poquito antes de que empiece a amanecer. No bajemos de la cruz antes de tiempo y no olvidemos besar muchas veces esta semana el crucifijo.” Y al besar el crucifijo besamos también nuestra cruz. Amémosla, y dejemos que sea Cristo quien haga florecer la vida, porque Él hace nuevas todas las cosas.

Por Marcelo López Cambronero

Publicado en El Observador de la Actualidad