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Entre gnósticos y pelagianos

El Papa Francisco acaba de publicar una pequeña exhortación apostólica “sobre el llamado a la santidad en el mundo actual”. Es una joya de sabiduría espiritual cristiana. Aquí el Papa nos orienta sobre el verdadero camino a la santidad, vocación primordial de todo cristiano. Nos advierte también de los peligros que debemos evitar en este camino. Llevan el nombre de dos viejísimos errores o herejías que, aunque parecen extintas, retoñan siempre con fuerza en todos los campos de la vida. También en la vida política y social. Se llaman gnosticismo y pelagianismo.

El Gnosticismo consiste en “una fe encerrada en el subjetivismo, donde sólo interesa una determinada experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que supúestamente reconfortan e iluminan, pero en definitiva el sujeto queda clausurado en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos” (n.36). Los gnósticos “absolutizan sus propias teorías y obligan a los demás a someterse a los razonamientos que ellos usan”. Son intelectuales autosuficientes, para quienes sólo su pensamiento vale. Está muy bien que piensen (gnosis significa pensamiento), pero que piensen que son los únicos que piensan, que su pensamientos es el único acertado, y que busquen imponerlo a los demás, es intolerable. Son intelectuales intolerantes hasta con Dios.

El Pelagianismo toma su nombre del monje Pelagio, hombre de mentalidad jurídica que creyó podía salvarse a base de esfuerzo personal y de su propia voluntad. Pensó que podía salvarse a sí mismo sin la ayuda de la gracia de Dios, y así ayudar mejor a salvar a los demás. Lo que los gnósticos atribuyen a su inteligencia los pelagianos lo ponen en su voluntad. Creen que con el ejemplo y el esfuerzo personal se pueden arreglar todas las cosas, se puede gobernar y cambiar el mundo y la propia vida, sustituyendo la obra y acción de Dios. Son moralistas recalcitrantes. Creen que con el esfuerzo personal pueden cumplir todos los mandamientos de la ley de Dios, sin la ayuda de la gracia de Dios. Se creen superhombres, olvidándose que, aunque redimidos, permanecemos débiles y pecadores.

Como existe un gnosticismo y un pelagianismo religioso, existe también un gnosticismo y un pelagianismo social y político. Como el gnosticismo nos lleva al pensamiento único y excluyente, impositivo y de corte dictatorial, “el pelagianismo”, dice el Papa Francisco, “nos lleva a poner nuestra confianza en las estructuras, en las organizaciones, en los proyectos planificadores perfectos, precisamente por ser abstractos. Es muy fácil que conduzcan a imponer un estilo de control, de dureza, y de normatividad”. Dura lex, sed lex. Siempre están legislando. Creen que a base de leyes, prohibiciones y uso de la fuerza, pueden cambiar a la sociedad. Ignoran totalmente que es del corazón del hombre de donde salen los crímenes y toda la podredumbre que nos ahoga. Desconocen que sólo Dios puede cambiar el corazón.

Por tanto, las personas puestas en autoridad que no cuenten con la ayuda de los demás mediante el diálogo social y la escucha de la palabra de Dios, creyéndose divinamente elegidos, terminarán en el fracaso. Basta repasar la historia. Las esperanzas que infundieron en sus seguidores, concluirán en una decepción final. Nada hay más escandaloso que el hambre en el mundo. Todo pretenso redentor o salvador social es lo primero que suele prometer. Jesús mismo dio de comer a la multitud hambrienta, pero después de haber escuchado la Palabra de Dios y reconocido a Dios como Padre providente. Quienes lo han negado, “pensando transformar las piedras en pan, han terminado dando piedras en lugar de pan” (J. Ratzinger, I Jesús).

Por Mario de Gasperín Gasperín