El 21 del pasado mes de julio, fue noticia la profanación eucarística en la capilla del Hospital de Elda (Alicante) por motivos económicos, y se llevaron el cáliz.
Profanaciones de la Eucaristía siempre las ha habido, y punzan los corazones de los creyentes, que responden con actos masivos de desagravio. Pero no sólo es eso: a menudo, vemos interminables colas para comulgar, y escasas o ninguna ante los confesonarios.
La mística Ramona Llimargas Soler, catalana y Fundadora de la Congregación de Jesús Paciente, fallecida en 1940, estaba dotada de gracias sobrenaturales: contaba que sufría mucho los domingos en Misa porque veía a fieles que comulgaban en pecado (Dios le había concedido la gracia de percibir el estado de las almas, los sacrilegios). ¿Qué no vería ahora?
Hay más: muchos han perdido la veneración por el misterio eucarístico, y pasan frente al Tabernáculo sin hacer la genuflexión o siquiera una reverencia si la artrosis no lo permite. No digamos la falta de silencio en la iglesia, tantas veces. Todavía más: la mayoría de los que comulgan, no permanecen en el templo para adorar al Señor, al que han recibido.
Más: eso lo propician tantas iglesias que se cierran apenas ha terminado la eucaristía, pese a que el Papa pide que estén abiertas: impiden, así, la adoración recogida del comulgante mientras duran las especies sacramentales. ¿Acaso no es esto un desacato a Jesús en la Eucaristía?
Procuramos, todos, ser educados; pero a Dios hecho Hombre lo tratamos peor que a cualquiera que nos visita.
Por Josefa Romo