El 16 de diciembre de 2016 el Departamento de Justicia de los Estados Unidos publicó su investigación sobre la constructora brasileña Oderbrecht, que habría conseguido obras públicas en 12 países a través de sobornos a distintas autoridades. Es, como ha dicho el Papa, sólo un caso entre muchos, aunque nos muestra cómo en un mundo global la corrupción también se aprovecha de la fluidez de las relaciones y de las nuevas tecnologías.
Si nosotros nos detenemos país por país, incluso ciudad por ciudad, encontraremos corrupción en todas partes. En nuestras sociedades del siglo XXI, y hay que decirlo con toda claridad, hay mucha corrupción. Ningún país es una excepción.
“Pecadores sí, pero corruptos no” decía Francisco, y podemos preguntarnos, ¿y cuál es la diferencia? El corrupto es quien se ha degradado y, precisamente por causa de esa degradación, se vuelve orgulloso y adopta un modo de vida en la que ya no tiene sentido la división entre lo que es pecado y lo que no y, por lo tanto, tampoco tiene sentido la confesión, el arrepentimiento o el perdón. Por eso el corrupto no se culpa a sí mismo, sino que le echa la culpa al mundo y dice: “así están las cosas” o “es lo que hacen todos”… todos los partidos se financian ilegalmente, todas cobran una comisión por la adjudicación de infraestructuras… y un país se vuelve corrupto, es decir, la corrupción se convierte en su forma política, en su forma de gobierno.
Hay muchas personas hoy en día que están rodeadas de corrupción: en su empresa, en la política, incluso en organizaciones no gubernamentales o en asociaciones y sí, por supuesto, también en las instituciones eclesiales… en todas partes. Y es verdad que en muchos casos si uno quiere sobresalir, situarse, ser reconocido o ganar dinero tiene que compadrear con esa corrupción, o de lo contrario es expulsado del sistema por los otros, los corruptos, que podrían llegar incluso a crucificarlo.
Sin embargo, les diré una cosa: se puede elegir a Cristo. Siempre se puede elegir a Cristo. No es tan importante sobresalir, ni el reconocimiento ni el dinero. Lo vemos tan importante porque el mismo sistema de corrupción así nos lo presenta, pero es una gran mentira, y de eso no van a depender ni nuestra felicidad ni nuestra salvación.
Se puede elegir a Cristo.
Por Marcelo López Cambronero
Publicado en El Observador