En toda la historia de la Iglesia católica, sólo en dos ocasiones se han trabajado un par de “Catecismos Mayores”, documentos de corte universal que emanaron de la Suprema Autoridad de la Iglesia. El primero, en el siglo XVI, como parte de los trabajos del Concilio de Trento; y, en el siglo XX, como resultado de constantes inquietudes de los obispos sobre cómo transmitir la fe en el siglo por venir. Y, aunque parezca inverosímil, fueron los pantalones vaqueros, la industria musical y la aparición de la aldea global, algunos de los detonantes para que la Iglesia católica se volcara en un magno compromiso con el futuro.
Fue en 1985, durante el Sínodo Extraordinario de Obispos, que varios pastores del orbe le manifestaron al papa Juan Pablo II su inquietud por el rumbo que tomaba la realidad. La anécdota la recoge el cardenal francés Jean Honoré, que en aquel entonces era arzobispo de Tours: “En el primer día del sínodo, el cardenal Bernard Law fue uno de los primeros en tomar la palabra. En su discurso de ocho minutos dijo entre otras cosas: ‘Tenemos que aprender la fe en un mundo que se está convirtiendo cada vez más en la aldea global’; y después sentenció en latín: ‘Los jóvenes de Boston, Leningrado y Santiago de Chile usan los mismos pantalones vaqueros, escuchan y gozan de la misma música. El mundo se ha vuelto pequeño, se convierte cada vez más en un solo mundo’”.
Lo expresado por el cardenal Law creció en el seno del sínodo y, en efecto, el cardenal Daneels, relator del encuentro, refirió en las conclusiones que “en el aire crecía la idea de la necesidad de tener un catecismo universal y común. La idea ganaba terreno entre los obispos gracias a las experiencias en Alemania, Bélgica, Francia y España, donde los obispos locales publicaban catecismos con referencias unificadas, con la finalidad de favorecer una mayor cohesión de conocimientos religiosos entre los catequistas y los fieles”.
Comienzan los trabajos
Fue el 8 de diciembre de 1985, en la misa de clausura del sínodo, cuando el papa Juan Pablo II recogió esas inquietudes: “Al salir del Sínodo deseamos intensificar los esfuerzos pastorales para que el Concilio Vaticano II sea más amplia y profundamente conocido; para que las orientaciones y las directrices que nos ha dado sean asimiladas en la intimidad del corazón y traducidas, en la conducta de vida de todos los miembros del Pueblo de Dios, con coherencia y amor […] Al final del segundo milenio la Iglesia desea vivamente ser la Iglesia del mundo contemporáneo”.
El 10 de junio de 1986, Juan Pablo II creó una Comisión de doce cardenales y obispos (presidida por el cardenal Joseph Ratzinger) para preparar un proyecto de catecismo universal. Según el sacerdote mexicano, Felipe de Jesús León Ojeda, los integrantes de esta comisión fueron los cardenales Baum, Lourdusamy, Tomko e Innocenti (prefectos de las congregaciones para la Educación Católica, las Iglesias orientales, la Evangelización de los Pueblos y el Clero); pero también estaban el cardenal Bernard Law (arzobispo de Boston), Storba (de Poznam); Edelby (de Alepo), D’Souza (Calcuta), De Souza (Benin), Schotte (secretario general del sínodo) y Benítez Ávalos, obispo de Villarica, Paraguay.
Desde noviembre de 1986, esta comisión comenzó a sesionar. Se crearon una secretaría de coordinación de trabajos y un comité de redacción donde participaron otros siete obispos: Estepa (España), Maggiolini (Italia), Honoré (Francia), Medina (Chile), Konstant (Inglaterra), Levada (USA) y Karlich (Argentina). El cardenal Ratzinger participó en todas las reuniones y convocó al profesor dominico Christoph von Schönborn (hoy cardenal arzobispo de Viena) para confiarle la coordinación de los equipos de trabajo y la armonización de los textos.
Participación global
Fue la cuarta redacción de los trabajos para el catecismo universal la que fue enviada a consulta a todos los obispos del mundo. La Librería Editriche Vaticana imprimió 5000 ejemplares de ese proyecto en francés, inglés y español; y a partir de 1989, el prototipo de Catecismo Universal fue enviado a cada rincón del planeta.
Fue hasta el año siguiente, en la VIII Asamblea General Ordinaria de los obispos, que el cardenal Ratzinger dio el informe con los resultados de la consulta global del proyecto de Catecismo: “Las respuestas llegadas a Roma por parte de los obispos fueron 938: 16 provenientes de Dicasterios de la Curia Romana; 797 enviados por obispos a título personal; 23 provenían de grupos de obispos y 28 de Conferencias Episcopales; 12 de instituciones teológicas; y 62 respuestas ‘en otro tenor’”.
Y aunque sólo el 8.5% de los obispos consultados enviaron respuestas contrarias al proyecto del Catecismo Universal; el resto que aplaudió la iniciativa envió más de 24 mil sugerencias y observaciones al texto, las cuales debían ser valoradas y, en su caso, incluidas en el documento.
Según refiere De León Ojeda, la gran aportación de los obispos del orbe al texto original fue el agregar la cuarta parte del Catecismo dedicada a la Oración: “así como a llenar ciertas lagunas observadas en el proyecto, casi todas vinculadas a la eclesiología, la vocación de los bautizados a la santidad, la misión de los laicos, el sentido de los religiosos y la vida consagrada, la doctrina social de la Iglesia, y las dimensiones misionera y ecuménicas de la Iglesia”.
Nace el CEC
Tras dos años de trabajo, el 14 de febrero de 1992 la comisión redactora aprobó el texto de Catecismo que armonizó todos los cambios sugeridos por los obispos del mundo y lo dejó en manos del papa Juan Pablo II. Dos meses después, el pontífice devolvió el material con algunas modificaciones y finalmente promulgó el catecismo el 25 de junio de ese año. El 11 de octubre siguiente se promulgó el CEC con la Constitución Apostólica Fidei Dempositum, el 16 de noviembre se hace la primera edición en lengua francesa, el 7 de diciembre el Papa lo entrega a la cristiandad y el 8, lo ofrece a la Virgen María.
Como se ve, el Catecismo de la Iglesia Católica no es un documento jerárquico o cupular, todo lo contrario, nació de la inquietud de los pueblos y se enriqueció por la pluralidad de la Iglesia presente en todo el mundo. El cardenal Walter Kasper resume así esta audacia de la cristiandad del siglo XX: “Esta propuesta no ha venido de la Curia, no es fruto de una mentalidad centralista. Ha venido primeramente de la periferia, de las Iglesias del Tercer Mundo, y luego ha sido asumida también por numerosos obispos europeos y norteamericanos”. Y es que la historia del origen, el proceso y la conclusión del Catecismo de la Iglesia Católica de 1992 es, en gran medida, un reflejo de la historia universal de finales del siglo XX y de la mirada hacia los márgenes del siglo XXI.
Por Felipe de J. Monroy
Publicado en El Observador