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Educación y trabajo

No es extraño que críticos de la educación contemporánea en México la descalifiquen por considerarla orientada al entrenamiento de mano de obra y no a la formación humana, sí al servicio de las corporaciones capitalistas y no al servicio del hombre.

Esta crítica sería válida en la medida que de veras se descuidase la formación humana, en la medida que no se preocupase por el crecimiento de los educandos en las virtudes intelectuales y morales, en la medida que redujese toda enseñanza a entrenarlos, como si fueran animales, a desempeñar ciertas conductas útiles para el entrenador.

Sería válida, incluso, en la medida en que de veras beneficiase sólo a los grandes capitalistas y en la medida en que de veras sometiese a la mayoría de la población al despojo por esos capitalistas.

Con todo, no sería esta crítica válida si con ella se descalificase que los educandos adquieran habilidades para tener mejores oportunidades de trabajo.

Hay ciertamente personas de “avanzada” que se indignan porque, quien aprende esas habilidades, dicen, acaba siendo el empleado de un patrón, lo que implica una división del mundo en clases en que unos pocos son ricos, poderosos y mandones, y muchos otros pobres, débiles y serviles. Admitamos que en México nos duele mucho la abismal desigualdad entre ricos y pobres. Con todo, eso no se resolverá gritando que los patrones no trabajan. Tal vez lo hagan más, pues “Pobrecito del patrón que cree que el pobre soy yo”, según cantó Facundo Cabral. Ni se resolverá dejando los empleados de trabajar. ¿De dónde vamos a sacar entonces para la papa?

Ahora bien, aunque nos parezca hoy imposible, todavía hay personas con mentalidad de hacendado. Aspiran a nunca trabajar pues creen que la buena vida es sólo el ocio (algo positivo). Desprecian los negocios como algo innoble (no ocio, algo negativo), como algo reservado a los plebeyos, es decir, sus capataces, peones, esclavos. Aunque nos parezca aún más imposible, su creencia la sustentan en una tradición antiquísima que considera las artes liberales de meditar con palabras y con números como lo propio de señores, mientras que las artes manuales como serviles, es decir, propias de los siervos. Sobre ello se quejó el padre Isla en el siglo XVIII:

“Parecióle a usted ser conveniente que se llamasen sabios los que sabían ciertas materias, que fuesen tenidos por ignorantes los que las ignoraban, aunque supiesen otras artes quizá más útiles, o a lo menos tanto, para la vida humana. Pues salióse usted con ello. En todo el mundo el teólogo, el canonista, el legista, el filósofo, el médico, el matemático, el crítico, en una palabra, el hombre de letras, es tenido por sabio; y el labrador, el carpintero, el albañil y el herrero son reputados por ignorantes”.

Pero aun si el ocio, es decir las letras, fuera lo único positivo y sabio, habría que alcanzarlo tras antes trabajar.

De hecho, trabajar es una obligación de todos. San Pablo nos dice, “si alguno no quiere trabajar, que no coma”, y lo repite, “les ordenamos y exhortamos en el Señor Jesucristo a que coman su propio pan trabajando con serenidad”.

José fue carpintero, como lo fue también su hijo putativo, Nuestro Señor Jesucristo. Pedro fue pescador, como la mayoría de los apóstoles. Pablo fue tendero. Lucas fue médico y Mateo recaudador de impuestos. Benito Abad dijo “Ora”, pero también “Labora”. San Isidro fue labrador; santa Zita, sirvienta; san Crispín, zapatero; san Marino, albañil y herrero. La Virgen, Nuestra Madre, fue sin duda ama de casa. De Ella se puede decir lo que leemos en Proverbios:

“Ella se ha conseguido lana y lino porque trabaja con manos hacendosas. Como los barcos de los comerciantes, hace que su pan venga de lejos. Se levanta cuando aún es de noche para dar de comer a los de su casa. ¿Tiene idea de un campo? Ya lo compró: una viña que pagó con su trabajo. Se pone con ardor a trabajar porque tiene en sus brazos el vigor. Vio que sus negocios iban bien, su lámpara no se apagó toda la noche: sus manos se ocupaban en la rueca, al huso sus dedos daban vuelta. Le tendió la mano al pobre, la abrió para el indigente. No le hace temer la nieve por los suyos porque todos tienen abrigos forrados. Para ella se hizo cobertores, y lleva un vestido de lino y de púrpura… Atenta a las actividades de su mundo, no es de aquellas que comen sin trabajo. Sus hijos quisieron felicitarla, su marido es el primero en alabarla: ‘¡Las mujeres valientes son incontables, pero tú a todas has superado!’ ¡El encanto es engañoso, la belleza pasa pronto, lo admirable en una dama es la sabiduría! Reconózcanle el trabajo de sus manos: un público homenaje merecen sus obras”.

Algunas almas con falsa piedad se apresuran a leer, en Génesis, que el trabajo es la maldición de Dios tras el pecado de Adán. Deben leer, también en Génesis que, antes de la caída, Dios bendijo y ordenó a Adán y a Eva que dominen, se hagan cargo, de la Creación que les entregó. El trabajo es, pues, una participación nuestra del poder creador del Padre.

Y todos debemos saber que el trabajo es participar del Amor que une y define a la Santísima Trinidad. Pues todo trabajo es servicio a nuestro prójimo. Y los trabajos particulares son carismas con que cada uno contribuye a la unidad del cuerpo de Cristo.

Lo que no quita lo ya dicho, que con el trabajo nos ganamos la papa, y que si nos preparamos mejor y aprendemos mejores habilidades, mejor nos irá en el mercado de trabajo. Unos, así, ganarán más dinero que otros, y hemos de reconocer su mérito, un mérito guiado por la prudencia. Aprendamos, pues, lo que mejor se vende en ese mercado de trabajo, no lo que nadie demanda. Si nos especializamos en transportar paquetería de un país a otro montados en un burro, no nos sorprenda luego que tenga más clientes quien transporta esa misma paquetería montado en un avión supersónico.

por Arturo Zárate Ruiz

Arturo Zárate Ruiz (México)
Arturo Zárate Ruiz es periodista desde 1974. Recibió el Premio Nacional de Periodismo en 1984. Es doctor en Artes de la Comunicación por la Universidad de Wisconsin, 1992. Desde 1993 es investigador en El Colegio de la Frontera Norte y estudia la cultura fronteriza y las controversias binacionales. Son muy diversas sus publicaciones.