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Riqueza, cambio y conversión

Es curioso que, aunque mejoren exponencialmente las condiciones materiales de la humanidad, haya a la vez en el mundo una creciente insatisfacción por la cual se demanda el cambio.

Es impresionante el aumento en el acceso a la educación, la salud y la alimentación aun en grupos que hasta hace poco se hallaban marginados. Cuando nací en 1959 apenas se había aprobado la vacuna contra la poliomielitis. Hoy, la poliomielitis se ha eliminado globalmente. En ese año los niños todavía morían como moscas por simples diarreas. Hoy la mayoría de los mexicanos se mueren por enfermedades crónicas de la vejez. En ese año prácticamente la mitad de la población en México era analfabeta. Hoy aspiramos a que toda la población termine la preparatoria y el nuevo gobierno promete universidad para todos. En 1959 millones de mexicanos sufrían hambre y desnutrición. Hoy, aunque no deje de ser problema, los mexicanos sufrimos una malnutrición que conduce a la obesidad. Cuando en la década de 1940 papá estudió odontología en la Ciudad de México, se comunicaba con mi abuela en la frontera del país escribiéndole cartas que a veces no llegaban a su destino. Hoy ya no se necesita ir a la Ciudad de México para estudiar odontología u otras carreras. Hoy mis hijos pueden comunicarse conmigo cada minuto con las nuevas tecnologías de la comunicación accesibles a casi todos los mexicanos.

Sin embargo la gente no está contenta. Hay mucha insatisfacción, sobre todo en los países que destacan por la abundancia en sus riquezas materiales. Es allí donde se consumen más drogas, es allí donde las personas viven más solas, donde encuentran un falso escape a su soledad en la pornografía y en las perversiones sexuales, donde hay menos familias y donde las familias que hay rompen con más frecuencia sus lazos, donde a los viejos se les elimina con la eutanasia porque se piensa que su vida no vale la pena vivirla, y donde a los niños por millones se les aborta porque se piensa que tampoco ellos podrían vivir una vida que valga la pena. Es allí donde muchos adormecen sus remordimientos con esfuerzos para salvar las ballenas mientras, al mismo tiempo, abandonan a su suerte a las abuelas; allí donde una misma persona es en un día un sibarita, que reduce su alegría a disfrutar platillos raros y exquisitos, y otro día presume su compromiso moral con la ortodexia y el veganismo: no come sino lo “correcto” y no mata, para comer, ningún animalito.

Tal vez este descontento explica los bruscos cambios en las modas políticas y de pensamiento contemporáneas, de las que habló el cardenal Ratzinger, antes de ser Papa:

“La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos ha sido zarandeada a menudo por estas olas, llevada de un extremo al otro: del marxismo al liberalismo, hasta el libertinaje; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo, etc.”

Como nada satisface, vienen los bandazos en las preferencias políticas: de la revolución proletaria al neoliberalismo, del secularismo ateo a los fundamentalismos religiosos, del globalismo a los nacionalismos. Y nadie contento al final porque estos cambios no son los que satisfacen.

“Nos hiciste para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”, dice san Agustín. Sucede que ni las riquezas, ni las novedades políticas o de pensamiento nos bastarán. El único cambio que nos satisfará será nuestra conversión a Dios. No nos confundamos pues, y orientemos nuestro rostro a Quien es la misma Vida y Alegría. Sólo Él es nuestro Salvador.

por Arturo Zárate Ruiz

Arturo Zárate Ruiz (México)
Arturo Zárate Ruiz es periodista desde 1974. Recibió el Premio Nacional de Periodismo en 1984. Es doctor en Artes de la Comunicación por la Universidad de Wisconsin, 1992. Desde 1993 es investigador en El Colegio de la Frontera Norte y estudia la cultura fronteriza y las controversias binacionales. Son muy diversas sus publicaciones.