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¿Para qué son los mandamientos?

A nadie gusta que lo manden. Queremos usar la libertad a nuestro arbitrio; si es sin límites, mejor. Así pensamos ser felices, pues la felicidad es nuestro derecho y nuestro destino. Dios nos creó para la felicidad. Pero aquí se entrometió el pecado y nos alucinó con el espejismo de que cada uno puede ser feliz a su manera, olvidándose de Dios y sin preocuparse de los demás. Con el corazón y la mente perturbados se nos vino como avalancha la infelicidad. Y ahora vivimos como infelices pensando así conseguir la felicidad.

En la Biblia tenemos un espejo de la historia humana y la consoladora presencia de Dios que va acompañando al hombre en sus venturas y desventuras. Dios lo va educando pacientemente por el camino hacia la felicidad. En la Biblia, cuando Dios habla y manda algo, es porque tiene el oído atento, el corazón vigilante y el brazo levantado para remediar los males. Proclamó los Diez Mandamientos después de que vio la humillación de su pueblo en Egipto y escuchó sus gritos cuando los maltrataban sus opresores. Conoció sus sufrimientos y bajó para librar a su pueblo de la opresión de los egipcios y para llevarlo a un país fértil, a una tierra que mana leche y miel, según nos cuenta el libro del Éxodo. Una vez liberado el pueblo por medio de Moisés, junto al Monte Sinaí les entregó los requisitos para llegar a la Tierra Prometida. Lejos ya del dominio del Faraón, de los ídolos de Egipto, en plena libertad del desierto, se les presentó como el Dios de sus padres, con su nombre propio: Yahvé. Un Dios cercano, familiar y libertador.

Una vez liberado Israel de la esclavitud, Dios les propone un pacto, una alianza que llegará a concretarse en un intercambio del nombre y de la vida: Yahvé será el Dios de Israel e Israel será el pueblo de Dios: “Yo seré tu Dios, tú serás mi pueblo”. Se establecen lazos familiares entre Israel y Dios-Yahvé. Este pacto o alianza se concierta voluntariamente entre las dos partes, siendo Israel la parte beneficiada y Yahvé reconocido como el Dios verdadero, es decir, el liberador. En adelante se presentará así: “Yo soy Yahvé, tu Dios, el que te sacó de Egipto, del país de la esclavitud” (Ex 20,2). Dios libera siempre, no esclaviza.

Los extremos se unen: Dios libertador e Israel esclavo. Ahora Israel es libre y Dios les ofrece “la hoja de ruta” para llegar a la Tierra Prometida, a la plena libertad. Para esto son los Mandamientos. Comienzan con la presentación de Dios como libertador, ofreciendo la felicidad y trazando el camino para no perderse ni volver a ser esclavos. Por eso, el primer mandamientos es: “No tendrás otro Dios fuera de mi”. Este es el mandamiento capital, porque si Israel acepta otros dioses, volverá a ser esclavo. Su experiencia lo prueba claramente. Egipto estaba plagado de dioses, pero el que mandaba era el Faraón, que se creía heredero de dios. Su voluntad era tenida como la de un dios y así esclavizaba al pueblo. Los Mandamientos son señales del camino y advertencias para no volver a ser esclavos, para llegar a la tierra de la libertad y conseguir la felicidad.

Cuesta mucho vivir sin ídolos, pero es más doloroso ser esclavo e infeliz. Dios quiere adoradores en espíritu y en verdad. El Dios verdadero es el Dios libertador, el Dios de Israel, que lo será de Jesucristo. Jesucristo  transformó los Mandamientos en “Bienaventuranzas” en el Sermón de la Montaña. Es el gozo del Evangelio.

Por Mario De Gasperín Gasperín