El viernes 12 de octubre se celebró en el mundo el Descubrimiento de América. Que aquí lo llamemos “Día de la Raza” nos indica cuán difícil es todavía para muchos mexicanos el digerir la conquista española y los 300 años del virreinato. Parecería que el 12 de octubre es una fecha no para celebrar sino para lamentar o al menos olvidar.
Vale la pena, sin embargo, recordar la fecha para revisar nuestra historia. Si no soy pronto a exclamar “¡Vivan los españoles!” ni “¡Viva la conquista española!”, si me interesa después de todo averiguar qué pasó entonces, cuantimás que hay muchos mitos acerca del tema, por ejemplo, que los españoles impusieron su lengua a los pueblos nativos y los forzaron a olvidarse de las suyas.
Esta acusación, afirma Vittorio Messori, es falsa:
“Arnold Toynbee, no católico y por lo tanto fuera de toda sospecha… observaba que los misioneros, atendiendo su fin sincero y desinteresado de convertir a los indígenas al Evangelio…, en lugar de pretender y esperar que los nativos aprendieran el castellano, empezaron a estudiar las lenguas indígenas. Y lo hicieron con tanto vigor y decisión (es Toynbee quien lo recuerda) que dieron gramática, sintaxis y transcripción a idiomas que, en muchos casos, no habían tenido hasta entonces ni siquiera forma escrita.”
Messori dice además:
“En el virreinato más importante, el de Perú, en 1596 en la Universidad de Lima se creó una cátedra de quechua, la «lengua franca» de los Andes, hablada por los incas. Más o menos a partir de esta época, nadie podía ser ordenado sacerdote católico en el virreinato si no demostraba que conocía bien el quechua, al que los religiosos habían dado forma escrita. Y lo mismo pasó con otras lenguas: el náhuatl, el guaraní, el tarasco…”
Robert Ricard, en su libro sobre “La conquista espiritual de México”, documenta cuidadosamente los libros que salieron de las prensas de la Nueva España. Una gran proporción de ellos se publicaron en lenguas indígenas. En el siglo XVI ya se editaban en doce distintos idiomas nativos. En contraste, hoy es prácticamente imposible encontrar libros publicados en estas lenguas en las librerías mexicanas.
Sobre la protección de las lenguas nativas durante el virreinato, Messori agrega:
“Esto era acorde con lo que se practicaba no sólo en América, sino en el mundo entero, allá donde llegaba la misión católica: es suyo el mérito indiscutible de haber convertido innumerables y oscuros dialectos exóticos en lenguas escritas, dotadas de gramática, diccionario y literatura (al contrario de lo que pasó, por ejemplo, con la misión anglicana, dura difusora solamente del inglés). Último ejemplo, el somalí, que era lengua sólo hablada y adquirió forma escrita (oficial para el nuevo Estado después de la descolonización) gracias a los franciscanos italianos”.
Messori reconoce que algunos funcionarios españoles, para facilitar la administración del Imperio, abogaron por la castellanización de los indios. Sin embargo también nota que los reyes españoles se opusieron a ello. Felipe II, por ejemplo ordenó lo siguiente: “No parece conveniente forzarlos a abandonar su lengua natural, sólo habrá que disponer de unos maestros para los que quisieran aprender, voluntariamente, nuestro idioma”.
Esta política se respetó a tal punto que, como señala Messori, “cuando empezó el proceso de separación de la América española de su madre patria, sólo tres millones de personas en todo el continente hablaban habitualmente el castellano”, todos los demás continuaban usando su lengua nativa.
Cabe pues preguntarnos por qué ahora la mayoría de los hispanoamericanos hablamos castellano. Messori nos lo explica así:
Tras conseguir la independencia, “los representantes de las nuevas repúblicas, se dedicaron a la lucha sistemática contra las lenguas de los indios. Fueron desmontado todo el sistema de protección de los idiomas precolombinos, construido por la Iglesia. Los indios que no hablaban castellano quedaron fuera de cualquier relación civil; en las escuelas y en el ejército se impuso la lengua de la Península”.
Messori atribuye la nueva política de las recién independizadas repúblicas a su anticlericalismo y a la influencia de los masones. Si proteger las lenguas indígenas era política de la Iglesia y de España, por esa simple razón había pues que combatirla, afirma Messori. Esa explicación no me convence del todo. Lo más probable fue que, tras la independencia, los vínculos de identidad (la religión y la lealtad al Rey) en alguna medida se esfumaron. Los nuevos líderes tuvieron pues que recurrir a un nuevo vínculo que diera vialidad a sus nuevas repúblicas: el castellano.
La conclusión paradójica, señala Messori, es ésta:
“El verdadero «imperialismo cultural» fue practicado por la «cultura nueva», que sustituyó la de la antigua España imperial y católica. Y por lo tanto, las acusaciones actuales de «genocidio cultural» que apuntan a la Iglesia (y a España) hay que dirigirlas a los «ilustrados»”, a los gobernantes que tuvimos una vez independizados.
por Arturo Zárate Ruiz