«Siguiendo a Cristo, la Iglesia está llamada a comprometerse. O sea, no cabe el adagio de la Ilustración, según el cual la Iglesia no debe meterse en política, la Iglesia debe meterse en la gran política». Son palabras del Papa Francisco ante un grupo de jueces y magistrado comprometidos contra del tráfico de personas y el crimen organizado (3 de junio de 2016). Pero, ¿cómo se meterá la Iglesia en política… tal vez como lo ha hecho en el pasado?
En el pasado la Iglesia adoptó con frecuencia el papel de crítico moral del sistema. Si somos fieles a la verdad no fue la Iglesia quien lo hizo, sino sólo la jerarquía. Mientras, los laicos nos quedábamos un poco atrincherados, en la retaguardia, porque el clericalismo acostumbrado actúa sobre nosotros como un peso que socavara toda iniciativa.
Sin embargo, no tuvimos en cuenta que ser crítico moral del sistema es un papel que el propio modelo de corrupción e injusticia acepta desde una posición de superioridad y no sin condescendencia, como un adulto acoge la queja de un niño que, aun teniendo razón, no deja de ser un niño.
De esta forma la Iglesia ha aceptado por demasiado tiempo ser parte del problema, dejarse llevar por criterios que no son suyos y perder una voz propia. No ha tenido conciencia de ser un pueblo, de ser una alternativa de vida, de cultura, de felicidad y de alegría, una forma distinta de afrontar la existencia y de relacionarse que nace del encuentro con Cristo, que hace nuevas todas las cosas.
Pero nosotros, ante la exigencia radical del cristianismo, decimos una y otra vez «mañana», para lo mismo decir mañana, porque estamos muy cómodos en el pensamiento único, establecidos en el seno del capitalismo. Es entonces cuando nos parece que la Iglesia hace un gran papel como guardiana de la moral y de las buenas formas. ¡Como si Cristo se hubiese limitado a ser un guardián de la moral y de las buenas formas! Al final ser cristiano será algo similar a ser bien educado, diplomático, culto.
«Siguiendo a Cristo, la Iglesia —el pueblo de Dios— está llamada a comprometerse». Estamos llamados a cambiar el mundo, y no transformando las estructuras como nuevos Prometeos, sino poniendo en primer lugar y por encima de todo el amor al hermano. Ésta es la revolución.
Por Marcelo López Cambronero