Todos los seres humanos nacemos con el deseo de ser felices y, al mismo tiempo, con un desconocimiento radical sobre qué es aquello que puede calmar esa intensa sed. No nos pasa como a los animales, que pueden ocuparse únicamente del presente porque su instinto les determina y concreta su existencia a cada momento. Nosotros no, nosotros tenemos que buscar aquello que nos satisfaga y, al buscarlo, construir nuestra propia personalidad.
Efectivamente, al decidir sobre qué esperamos que nos haga felices también orientamos nuestro propio ser. Al cabo del tiempo nos comportaremos, hablaremos e incluso nos vestiremos según se supone que lo hace quien persigue ese objeto concreto en el que hemos depositado la esperanza.
Por eso la persona o la institución que nos seduzca con algún objeto que aparezca como adecuado a nuestro deseo y nos indique un camino razonable para conseguirlo tendrá la capacidad de determinar lo que somos y lo que seremos en el futuro. ¿Se dan cuenta? No existe ningún sistema de control social tan eficiente como la gestión del deseo.
Este es un tema al que acude el Papa Francisco con frecuencia, pero que no se comprende. Desde que fue elegido ha hablado muchas veces de los falsos ídolos y de las consecuencias que acarrea perseguirlos: “si ponemos la esperanza en los ídolos se termina siendo como ellos: (…) incapaces de ayudar, de cambiar las cosas, incapaces de sonreír, donarse, incapaces de amar”.
Y vivimos en un mundo lleno de ídolos que, además, nos alejan de la plenitud que Dios sí nos sabe dar. Hacemos ídolos de las cosas que el mercado nos ofrece, aunque ya sabemos que cualquiera de ellas –hasta la más grande o la de mayor precio- nos dejará insatisfechos a los pocos momentos. Sin embargo, el capitalismo nos ofrecerá de inmediato un nuevo ídolo que perseguir para calmar la ansiedad que provoca el sinsentido de una vida sin Dios: y así seguimos y seguimos, huyendo, en realidad, de la propia existencia.
Pero si nos volvemos hacia Dios, que nos está esperando, todo se hace nuevo, ya que “confiando en el Señor nos hacemos como Él y su bendición nos transforma”. Y no hablamos de teorías o de ideologías, sino de la posibilidad real de experimentar en la vida el inmenso amor de Dios.
Por Marcelo López Cambronero