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El modelo de familia cristiana

Empezaré con una provocación que me parece verdadera: no existe un “modelo” de familia cristiana o, al menos, no existe de la manera en la que muchas veces nuestra cultura se la ha imaginado al asignar papeles más o menos cerrados para el hombre y la mujer. La familia cristiana sí tiene, como ha dicho el Papa Francisco, una vocación y una misión, y podemos mirar a la Sagrada Familia para descubrirlas, pero sin apresarlas en roles que no obedecen más que a circunstancias coyunturales.

Con mucha frecuencia encuentro a cristianos de buena fe defendiendo eso que algunos denominan “familia tradicional”, que es un invento burgués ideado para asegurar que al menos un miembro del clan ejerza el papel de productor, imprescindible para el capitalismo, lo que obligaba a la mujer a adoptar un determinado cometido como ama de casa, dedicada a eso que hace unos años llamábamos “sus labores”.

Todo los sistemas de roles son adaptaciones a la situación social y laboral y el cristianismo, que no se deja encerrar tan fácilmente en las hormas que le queremos imponer, nunca se dejó apresar en ningún modelo de roles. Mucho menos se puede aceptar que esos roles sean resultado de la naturaleza del hombre o de la mujer, aunque alcancen a tener cierto fundamento en ella. Querer encerrar la vida cristiana en cualquier tipo de estructura ideológica adecuada a un momento histórico es ponerle un cerco demasiado estrecho y no comprender la riqueza ni la novedad del Señor, ni la creatividad infinita del Espíritu Santo.

La familia cristiana se ha adaptado a las diferentes situaciones culturales manteniendo su misión y vocación que es, en palabras de Francisco: “acoger a Jesús, escucharlo, hablar con Él, custodiarlo, protegerlo, crecer con Él; y así mejorar el mundo (…) Esta es la gran misión de la familia: dejar sitio a Jesús que viene.” (Audiencia general de 17 de diciembre de 2014). En el modelo patriarcal, en la llamada “familia nuclear”, en cualquier contexto y situación, la familia, hombre y mujer, son unidos una “pequeña Iglesia” y, como tal, esposos de Cristo: el único que puede hacer real el milagro de un amor humano verdadero.

Por Por Marcelo López Cambronero