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A un joven profesor

El padre abad conocía muy bien a aquel joven que iba a empezar esa misteriosa experiencia de dar clases. Se sentó junto al teclado y empezó a escribirle.

«Te mando un saludo esperando estés muy bien. Como me pediste, te envío algunas ideas por si te ayudan en este importante momento de tu vida.

Hace años tuve la dicha de dar clases. Es una experiencia maravillosa pero difícil. Hay momentos que llenan el alma y otros que dejan un extraño vacío.

Recuerdo cómo preparaba las clases. Ideas principales, bibliografía, esquema, desarrollo, palabras importantes, ejemplos, fotos y gráficos.

Ordenaba todo el material, lo repasaba una y otra vez, incluso a veces sentía que iba a dar una clase excelente.

Luego llegaba la hora de la realidad. Percibía cierto cansancio en los alumnos, disipación, desgana, apatía. En ocasiones, la atención era muy baja.

Cuando les pedía preguntas, algunas eran muy buenas. Otras, mediocres. Muchas veces, un silencio entre la indiferencia y la distracción daba a entender que el argumento no había llegado a sus corazones.

Gracias a Dios, en otros momentos los ojos brillaban, había participación, las preguntas estimulaban al debate. Pero cuando la clase salía mal, un sentimiento de fracaso rondaba en mi corazón.

Si la clase salía regular, si los bostezos eran frecuentes, si bajaban los ojos a los celulares para encontrar algo más interesante, sentía pena por haber perdido su interés.

¿Será culpa mía? ¿Habré preparado mal aquella clase? ¿Necesito mejorar la pedagogía? ¿No será que el tema en sí carece de interés en un mundo como el nuestro?

Las preguntas me obligaban a una serena autocrítica. No podía quedar tranquilo ante muestras de apatía en aquellos muchachos que estaban ante mí unos minutos cada semana.

Te comento estas experiencias porque creo que pueden servirte si te encuentras en momentos desfavorables, que desde luego todos desearíamos evitar.

Me gustaría que lograses siempre captar el interés de los alumnos hasta hacerlos correr junto a tus investigaciones. Pero la realidad es que durante las horas de clase ocurren miles de eventos que sorprenden o que desconciertan.

Estás empezando esta hermosa tarea de ayudar a otros en la búsqueda de verdades para la mente y de actitudes adecuadas para el corazón.

El mundo ha cambiado mucho en las últimas décadas y cambia con frecuencia, pero la nobleza de la ayuda que los profesores ofrecen a sus alumnos conserva siempre su brillo.

Te deseo un año académico lleno de las bendiciones de Dios. Pase lo que pase, no dejes de amar a tus estudiantes. Ese cariño vale más que diapositivas, videos o discursos bien organizados.

Espero tus noticias tras el inicio de tu aventura académica. Ten ánimo: tienes cualidades y, sobre todo, espíritu de iniciativa. No te frenes ante las dificultades. Aprender de los errores de una clase puede abrir horizontes de mejoras importantes para el mañana.

Dios te bendiga ahora y siempre. Tu hermano en Cristo…»

Por P. Fernando Pascual