Lo experimentamos en la propia vida y lo notamos en la vida de otros: contrastes y tensiones, contradicciones e incoherencias a la hora de actuar.
Eso ocurre, por ejemplo, al poner una atención especial a la abstinencia de un viernes, pero luego desatar la lengua para criticar a un familiar o conocido.
O al ahorrar en la compra de unos pantalones, pero luego desperdiciar dinero con un aparato electrónico del que se puede prescindir sin mayores problemas.
O al buscar momentos para leer el Evangelio entre semana, pero luego emplear otro tiempo en ver vídeos de Internet nada recomendables.
La experiencia de esos y otros contrastes evidencia la multiplicidad de estímulos externos y de movimientos internos que luchan entre sí y que nos impiden seguir una trayectoria serena y coherente.
Por eso, ante tantos movimientos del alma y ante tantos reclamos que nos llegan de todas partes, hace falta una disciplina interior y una ascesis continua.
De este modo, seremos capaces de identificar mejor qué me pide Dios en las diferentes circunstancias de mi vida, qué puede venir de las pasiones bajas o del maligno, cómo superar tentaciones, y en qué manera seguir las iluminaciones de la gracia.
Habrá, tristemente, momentos en los que cederemos a un mal consejo, a una pasión desordenada, a un impulso del egoísmo que nos lleva a preferir el propio bienestar y a dejar abandonado a quien lo necesitaba.
Pero si de verdad queremos acoger el Amor de Dios en la propia vida, sabremos pedir perdón, reparar los daños provocados y volver al buen camino.
En un mundo donde hay tantas incoherencias y contrastes, la presencia de hermanos que testimonian la belleza del Evangelio nos ayuda y nos estimula a seguir en el camino trazado por Cristo.
Es el mismo Maestro quien nos invita a evitar toda incoherencia: «Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero» (Lc 16,13).
Llegaremos a vivir plenamente como cristianos cuando, desde la coherencia, aprendamos en cada momento a buscar cómo hacer nuestra la voluntad del Padre: «Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3,35).
Por P. Fernando Pascual