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Cuando encontramos un aparente dilema ético

En muchas situaciones aparecen dilemas que no tienen fácil solución. ¿Pagar impuestos cuando el gobierno sostiene una guerra injusta o arriesgarse a ir a la cárcel? ¿Respetar las reglas de tráfico cuando otros no las respetan y pueden chocar contra mi coche?

Según algunos autores, entre los dilemas éticos existirían algunos que «obligan» a escoger entre dos males: decida lo que decida voy a realizar algo éticamente incorrecto, un pecado.

En realidad, afirmar que existan ese tipo de dilemas llevaría a suponer que hay ocasiones en las que estamos obligados a hacer cosas malas: si voy por la derecha, peco. Si opto por la izquierda, también. Si me detengo, hago un pecado de omisión…

Un análisis atento ante lo que parece un dilema que obligaría a decidir entre cosas malas nos lleva a reconocer, primero, que tal dilema no existe. Segundo, que siempre hay alternativas que son moralmente aceptables, incluso en las circunstancias más difíciles.

En un libro sobre ética publicado en 2018 por el sacerdote italiano Giuseppe Abbà se afrontan con una buena perspectiva tales situaciones problemáticas (cf. «Le virtù per la felicità» LAS, Roma 2018, pp. 620-622). Estas líneas se inspiran en las páginas apenas citadas.

El padre Abbà analiza estas situaciones en una perspectiva sobre la fragilidad humana: no existe un planeta perfecto, no existen sociedades donde nadie cometa errores. Además, cada uno experimenta cambios en su salud, en sus bienes materiales, en sus pasiones.

La fragilidad explica el que encontremos situaciones que nos exigen tomar una decisión entre alternativas que no parecen buenas, que conllevan consecuencias dañinas para uno mismo o para otros.

Por ejemplo, la búsqueda de la justicia lleva a denunciar a quienes cometen delitos que dañan la vida social, que provocan la pérdida de bienes en inocentes. Pero ante un delito concreto, denunciar al culpable puede provocar un grave daño en la vida de una familia pobre, pues el delincuente es la única fuente de ingresos de tal familia y, de ser encarcelado, provocaría su completa ruina.

Presentada así la situación, parecería que no denunciar a ese culpable sería un delito de encubrimientos, mientras que denunciarlo iría contra la familia que depende de esa persona. ¿Qué hacer, entonces? ¿Cualquiera de las opciones implica un mal moral?

La respuesta en situaciones como la anterior no es fácil, por eso se habla de dilemas. Pero ello no implica que, hagamos lo que hagamos, vamos a cometer un pecado. Por lo mismo, hace falta discernir entre los bienes en juego, entre los deberes y su diferente importancia, al mismo tiempo que se investiga sobre otras posibles alternativas.

También hay que evaluar las consecuencias previsibles de cada alternativa. Una parte importante de la vida ética radica en esas consecuencias, sin que ello implique aceptar la idea relativista de que un fin bueno justifica un medio malo: nunca se puede hacer el mal para obtener un bien.

Pero sí es correcto, incluso es un deber, no emprender una acción que va a dañar gravemente la justicia y el bien de otros. Lo que necesitamos es encontrar aquel modo de comportarnos ante una situación difícil que promueva el mayor bien posible, aunque en ese bien se puedan producir daños colaterales no deseados pero por ahora inevitables.

A lo largo de nuestra vida vamos a encontrar bifurcaciones en las que nos parezca que, hagamos lo que hagamos, son inevitables algunos males. En esos momentos hay que buscar buenos consejeros, pedir ayuda a Dios, y afinar la mente y el corazón para abrirnos a aquellas opciones que, aunque imperfectas, eviten ciertos males y lleven a cabo el mejor acto posible.

Por P. Fernando Pascual