A san Ambrosio, arzobispo de Milán, le tocó padecer y tratar de subsanar la corrupción del decadente imperio romano y sufrir la desestabilización de la Iglesia en su fe y en sus costumbres.
Este santo pastor de la Iglesia puso todo su empeño en salvar lo salvable de la ruina espiritual y moral de sus fieles. A él debemos la conversión de san Agustín. Para reavivar la fe cristiana no buscó soluciones fáciles ni espectaculares, sino que fue a lo esencial del Evangelio y lo encontró en el amor generoso capaz de entregar su vida por los demás, como es el caso del martirio y de la virginidad. En el martirio se entrega la vida por Cristo, derramando la propia sangre; en la virginidad, consagrando su cuerpo y su alma a Cristo, con un amor esponsal, crucificado. A las vírgenes que consagraba como esposas de Cristo, les escribía cosas como éstas:
- La consagración virginal es fruto de la elección gratuita de Dios y de la respuesta libre de la persona. La virginidad es un regalo de Dios que nadie merece, y lo recibe quien abre su corazón a este don. La virginidad consagrada se desea y se recibe, nunca se impone.
- Como es un don gratuito de Dios y tiene por finalidad unirse esponsalmente con Cristo, la virginidad supera inmensamente la capacidad del entendimiento humano y, por eso, sólo la puede comprender quien tiene fe y está dispuesto a recibirla. Jesús decía hablando de estas cosas: «El que tenga oídos para oír, que oiga». Y el oído espiritual sólo lo da Dios.
- La virginidad cristiana consiste en la entrega del cuerpo y del alma en su integridad a Cristo. Se origina en el misterio de la Encarnación, cuando del Hijo de Dios tomó nuestra carne y se hizo hombre en la Virgen María. Las vírgenes consagradas prolongan el misterio de la Encarnación y la virginidad de María.
- Porque Cristo, al hacerse hombre se desposó con la Iglesia, la virgen consagrada pertenece a la Iglesia y participa de este desposorio. La iglesia la cuida y alimenta con su palabra, con su cuerpo eucarístico, con sus sacramentos y la oración. Por eso, es el obispo quien la desposa con Cristo.
- Como María es imagen de la Iglesia, virgen y madre también, así la virgen consagrada participa de la virginidad de María conservando íntegro su cuerpo, y de su maternidad espiritual, haciendo con su testimonio y su ejemplo que crezcan nuevos hijos en la iglesia.
- Cristo hizo entrega total de su vida a su esposa la Iglesia cuando ésta, como Eva del costado de Adán, brotó del costado abierto de Cristo en la cruz. Así la virgen consagrada se abraza a la cruz de Cristo y de él recibe, como regalo nupcial, su sangre que la purifica y su Espíritu que le da vida.
- Como Cristo vino al mundo enviado por el Padre y está presente en su Iglesia, así la virgen consagrada no lo encuentra en el mundo pecador y ruidoso, sino en el desierto del silencio, de la oración, del servicio humilde a los demás. Imita a su Esposo que es «manso y humilde de corazón».
A quien Dios le concede entendimiento de las cosas espirituales, comprende que la virginidad, en su sentido pleno, es un aporte precioso del cristianismo al mundo: «Regocijémonos y demos gloria a Dios, porque ha llegado la boda del Cordero, la novia está preparada. La han vestido de lino puro, bellísima. Dichosos los convidados a las Bodas del Cordero» (Apocalipsis, 19).
Por Mario De Gasperín Gasperín, obispo emérito de Querétaro