En el transcurso de la Última Cena, Jesús quiso servir a sus discípulos en un acto que era reservado a los sirvientes y esclavos que lavaban los pies de su señor al regresar de viaje a casa; y también quiso purificarlos antes de comer su Cuerpo y beber su Sangre en la Eucaristía, como lo refiere el Evangelio: “Tomando una toalla, se la ciñó. Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla” (Jn 13,4-5). En una jofaina vertió agua lustral y de rodillas ante cada uno concretó lo que tanto les había enseñado: “El que quiera llegar a ser grande entre ustedes, que sea su servidor, y el que quiera ser el primero entre ustedes, que sea esclavo de todos; que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mc 10, 43-45).
San Cromacio, obispo de Aquileya y Padre de la Iglesia, en una de sus elocuentes reflexiones va más allá de este acto de humildad y purificación: “El Señor se quitó el manto y se ató a la cintura un paño; vertió agua en un recipiente y se puso a lavarles los pies a sus discípulos y los secó con el paño que llevaba en la cintura. No se menciona sin motivo que el Señor se quite el manto y lave los pies de sus discípulos. En ningún otro momento fueron lavados los pies de nuestras almas y purificados los pasos de nuestro espíritu”.
En su Historia de Cristo, Giovanni Papini razona que “únicamente una madre o un esclavo hubiera podido hacer lo que Jesús hizo aquella noche. La madre a sus hijos pequeños y a nadie más. El esclavo a sus dueños y a nadie más. La madre, contenta, por amor. El esclavo, resignado, por obediencia. Pero los Doce no son ni hijos ni amos de Jesús”.
El Señor les había enseñado a sus discípulos que todo cristiano ha de mantener una inmutable actitud de servicio al prójimo, enseñanza que ellos no lograban comprender del todo; así que pasó de las palabras a la acción dejándonos esa muestra de la indispensable humildad que se requiere para servir al prójimo, y explicó el significado de su acción: “¿Comprenden lo que he hecho con ustedes? Ustedes me llaman ‘el Maestro’ y ‘el Señor’, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Porque les he dado ejemplo, para que también ustedes hagan como yo he hecho con ustedes. En verdad, en verdad les digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que envía” (Jn 13, 12-16). Además, el Señor elevó a categoría de ofrenda todo servicio en favor del prójimo: “En verdad les digo que cuanto hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicieron” (Mt 25,40).
San Cirilona, Padre de la Iglesia, reflexiona en aquella acción del Señor, que trasciende el servicio de la predicación del Evangelio: “Con ese gesto de superior nobleza todo estaba dicho, y en los años por venir los discípulos lo entenderían, como si el Señor les hubiese dicho: “Miren, discípulos míos, los he servido y esta es la obra que les mando. Vean, los he lavado y limpiado; apresúrense ahora felices como herederos que son de mi Iglesia. Caminen sin temor sobre los demonios y no se espanten al caminar sobre la cabeza de la serpiente. ¡Caminen sin miedo y anuncien mi Palabra en las ciudades! ¡Siembren el Evangelio en todo país e infundan amor en el corazón de los hombres! ¡Anuncien mi Evangelio a reyes y den testimonio de mi fe ante los jueces! Vean, yo que soy su Dios, me rebajé y les serví para prepararles una pascua perfecta para que se alegre el rostro de la humanidad entera”.
En la basílica de san Juan de Letrán, catedral de la diócesis de Roma, al lado izquierdo del ingreso a la sacristía se encuentra un panel de mármol, conocido con el nombre deTabula Magna Lateranensis, originario del siglo XIII, que en latín escrito en finos mosaicos dorados contrastados entre mosaicos negros muestra la lista de las reliquias que se conservan en la basílica; entre ellas linteum unde pedes Discipulorum lavit o “el pan͂o con el cual lavó los pies de los discípulos”, una reliquia que mueve a servir al Señor, en el prójimo.
Por Roberto O’Farrill / www.verycreer.com