Buscando rastros en el agua
Revista: 12 Apóstoles, en el mundo de hoy
(noviembre de 2001 - año 1, nº1)

¿Es posible vivir en nuestros días en constante búsqueda? La realidad parecería alejarnos constantemente del camino para el que Dios ha preparado nuestros corazones. Su Palabra, la vida de los santos y la Iglesia toda, nos muestran constantemente las señales para seguirlo y sin embargo, muchas veces tampoco esas reconocemos. Quizás sea el momento de un nuevo desafío, porque seguramente éste es el momento que Cristo ha elegido para nosotros. Tratemos hoy por ejemplo, de ejercitarnos para descubrir el amor. Es un paso. Un primer gran paso.
  


BUSCANDO RASTROS EN EL AGUA

Dios nos pone en el camino desde nuestro primer día, señales de hacia dónde está Su Reino. Grandes, chicas, más claras o más confusas, pero todas las vidas, todos los ojos y todos los corazones las pueden reconocer.

Están en Su lenguaje: un lenguaje oral y escrito que rige Su Reino. El único universal y eterno: El Amor.

Muchos, por gracia, sensibilidad o formación, lentamente van descubriendo estas señales, van reconociendo letras sueltas, signos, símbolos y llegan al cabo del tiempo a entender algunas palabras. Otros, como yo, pasamos mucha vida sin siquiera interesarnos por tratar de considerar que existen. Confiamos en nuestras propias fuerzas para descifrar el mensaje de la propia existencia y mientras tanto, arrastramos nuestra vida por el mundo tratando de sobrellevarla, entendiendo que en este viaje, en esta vida, la fe, el ser Cristianos y Dios, como dice el Padre Hurtado, son una especie de póliza de seguros para la otra vida; una vida que sólo llegará después de ésta.

Como juntadores caprichosos y empecinados -y por qué no necios- de méritos propios, con los ojos cerrados, fuimos transitando nuestra existencia tratando de acumular méritos para después, para una vida eterna de la que solo teníamos la esperanza. Nos faltaba la fe, y nos faltaba lo más grande de todo, el Amor.

Gracias a Dios, Dios está. Y está siempre atento y preocupado por sus hijos, así que cuando nos ve que pese a todo seguimos cargando provisiones innecesarias para el viaje, a veces nos para en seco y nos dice “... no entendiste, Mi Reino está aquí y ahora ”... y si tampoco con palabras lo entendemos, entonces sí, se pone manos a la obra y nos “hace de nuevo”. Un service. Un ajuste de tuercas. Pone en blanco nuestro corazón, reacomoda nuestra inteligencia y ordena nuevamente nuestra carne. Su Gracia, Su Amor, nos regala una nueva vida, tan nueva que hasta nos obliga a volver a aprender lo básico: hablar, escuchar, leer y escribir, ahora ya sí, manejando los términos del lenguaje que Él inventó para que Su Creación se comunique: El Amor.

Visto así, los que como yo tuvimos que ser recreados por Dios para recién entender, comenzamos de cero, como verdaderos niños (¡hay cuán cerca me siento de Nicodemo!). Comenzamos llorando después de un parto con dolor y llorando también aprendimos a pedir. Reconocimos primero una sonrisa. Nos confortó un abrazo. Luego, mientras nuestra Madre se ocupaba de cobijarnos, dijimos la primera y universal palabra “Papá”.

Seguimos siendo dependientes y sólo pudimos al principio comunicarnos con Él y con Ella. Luego, poco a poco, balbuceando y sintiéndonos profundamente contenidos, aprendimos también con torpeza, equivocando letras, errando el tiempo verbal, a decir nuestras otras primeras palabras.

El Amor, como tantas otras cosas, no puede compartirse sin no se tiene, si no se conoce. Y también, como tantas otras cosas, no se lo tiene si no se lo recibe. La gran diferencia es que es absolutamente gratuito y para continuar recibiéndolo, hay que seguir al pie de la letra ese principio: gratis se recibe, gratis se da.

Se deja de dar y se deja de recibir.

Nuestro corazón es un “caño”, una bomba; no un tanque. Recibe con fuerza y distribuye con fuerza. Comunica, no acumula. Reparte, no acapara. Y aumenta su capacidad de dar en la medida que lo ejercitemos cada vez más. Recibiendo más y distribuyendo más.

Utilizar bien esta primera “ficha”, utilizar bien estas primeras palabras de amor que recibimos, fortalece nuestro corazón y hace que de él broten más y más actos de amor, que a su vez, se nutren del gran Amor de Dios depositado con el mismo fin: ser compartido, en el corazón de nuestros hermanos. Un mecanismo simple. Una fuente que recicla y purifica constantemente ese Amor único de Dios y que encierra íntegramente Su Personalidad. Porque, como sabemos de memoria desde chicos, casi genéticamente, Dios es Amor, pero un amor así, en movimiento constante. En constante recreación. Para explicarse mejor, algo así como el ciclo del agua.

Sólo una vez creó Dios el agua.

Desde el principio de los tiempos igual, la misma. En la misma cantidad. La misma que apagó el ardor de los volcanes y enfrió la tierra. La misma que regó el jardín del Edén. La misma que lavó los lomos de los dinosaurios y durante miles de años las miserias de los hombres. La misma que posibilitó la vida. La misma que hace llover Su Creador sobre justos y pecadores.

Sólo una vez creó el agua: igual que el Amor.

Una gota de amor, un río de amor, un océano de amor. Un Dios Amor. Con las mismas características ya sea en una partícula, gota, torrente u océano.

Dios debe haber utilizado con el agua, esa fórmula que tan cerca tenía y que tan bien sabía combinar. Porque al igual que el agua, el amor es imprescindible para que haya vida en todas sus criaturas, en todos los tiempos y en todo el universo. Ejercitar nuestros sentidos buscando rastros de agua en todo lo que nos rodea, puede ayudarnos a ejercitar nuestro corazón para que reconozca el Amor y aprenda a darlo, en la medida de que lo vaya descubriendo, también de mil formas, todas necesarias, todas imprescindibles. Porque si estamos seguros de que sin agua no habría vida en el planeta, también debemos estar convencidos de que sin amor, todo es muerte; muerte que precisamente vino a vencer Cristo por nosotros y que fue vencida, nada más ni nada menos que por Su Amor. San Pablo, nos muestra el océano -por eso asusta-. Nos cuenta cómo es y nos presenta una realidad que para nosotros, pequeños hombrecitos, es inalcanzable e insondable. Siento que nos cuenta esto para que sepamos cuán importantes somos en ese ciclo interminable. Para que entendamos lo fundamental de nuestro aporte y que tratemos, primero de vivir y transmitir gotas, luego chorritos, después riachos y torrentes, hasta que lleguemos inexorablemente a formar parte de ese océano y por qué no, en forma de nube, también de ese Cielo.

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Publicado el: Viernes, 28 de Noviembre de 2003 13:20:19 -0600