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El amor en tiempos de desamor

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Benedicto XVI nos ofrece una razón de amor.


Cuando en gran parte del mundo se extiende la llama del odio o la indiferencia ante "el otro", Benedicto XVI nos ofrece una razón de amor remontándose al Eros griego y clarificando con sabiduría docente todas las acepciones del término amor tiene hasta unificarlas a partir de la afirmación del apóstol Juan: "Dios es amor".

Dos son, a mi entender, las enseñanzas básicas de ese texto hermoso y transparente: la referida a la dignidad del amor entre hombre y mujer y el compromiso de vivir el amor que obliga desde dentro a los cristianos.

Me centraré en la primera. ¿Cómo puede un hombre célibe saber tanto del Eros transformado en Agapé? ¿Lo aprendió en los libros, en su acción pastoral… ? Sí, seguro que su sabiduría proviene de sus muchas lecturas y la cercanía al corazón humano propia de un pastor… Incluso de los reproches de la modernidad a la Iglesia que le han llevado a explorar la historia y confrontarla con la propia mirada, palabras y acciones de Cristo.

Y sin embargo, pienso, lo más esencial de su planteamiento del amor humano lo bebió en su infancia. En su autobiografía titulada Mi vida. Recuerdos (1927-1977), cuenta que en aquellos años difíciles bajo la sombra de Hitler, el pequeño Joseph se abría a toda belleza perceptible al oído, la vista y la imaginación, sin dejar de advertir la desazón y renuncias de su padre para alejarse del nazismo y los sacrificios de su madre al atender con esmero a los suyos en edificios nobles pero inhóspitos.

Esa infancia feliz que ha dado a su existencia una impronta de bondad, provenía del Eros transformado en Agapé que, sin discursos, iluminaba la vida piadosa de la familia Ratzinger y la envolvía en un clima de apacible serenidad.

Luego llegó el estudio y las decisiones. Con gran sencillez nos introduce en el clima de controversia teológica de sus profesores y en la lucidez con la que repensaba las cuestiones y tomaba sus propias decisiones; entre ellas la de renunciar al Eros para elegir el Amor con mayúscula.

Nunca el Eros había sido tan bellamente valorado y afirmado como enclave básico de la vida humana. Un lugar negado tenazmente por la modernidad y la postmodernidad.