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El bien y el mal

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¿Qué es lo que está bien y qué es lo que está mal? ¿ Y, por qué? ¿Con qué principios juzgamos?  ¿Qué reglas utilizamos?

 

¿Qué es lo que está bien y qué es lo que está mal? ¿ Y, por qué? ¿Con qué principios juzgamos?  ¿Qué reglas utilizamos? Pues no es lo mismo medir en metros que en pulgadas y no es igual juzgar una acción moral bajo el prisma católico que bajo el musulmán. Se impone, pues, la elección de una moral, de una luz que nos oriente. Esta moral, en el “mundo occidental”, es la judeo-cristiana, y desde ella escribimos..

Antes de aparecer la Biblia los hombres apenas si distinguían entre el bien y el mal.  Cuando conquistaban una población, lo normal, era entrar en ella y darla al anatema: Pasaban a cuchillo a  hombres , mujeres, niños, ancianos y hasta a los animales. Al final, prendían fuego a la población y “hasta otra”. ¿Actuaban bien? ¿Actuaban mal?

Las leyes, normas o costumbres humanas son casi siempre arbitrarias y diferentes en los distintos pueblos y países. Cambian cada vez que cambia el gobierno de turno o se modifican las estructuras industriales o comerciales, y más que normas morales de conducta se refieren a conveniencias personales o exigencias de la especie. Ahora bien, una vez admitidas es bastante peligroso saltárselas por muy arbitrarias que parezcan. Insultar a un cliente puede dejar sin trabajo al vendedor, despreciar a un juez acarrea nefastas consecuencias, comer como un “guarrino” puede ser un grave impedimento para ascender de categoría,…

Sólo el Dios de judíos y cristianos impone normas de conductas eternas, no modificables y válidas para todos los hombres y países. No dependen del humor ni de los intereses particulares del político de turno, de los jueces, ni del más fuerte o más rico. Tampoco se rigen por modas ni por el sistema filosófico de cada día. Bajo sus mandamientos “el mundo cristiano” ha logrado la mayor cota histórica de bienestar y de civilización. Basta mirar a cualquier parte, para ver la enorme diferencia entre el mundo cristiano y el no cristiano.

El pueblo  judío tenía una difusa idea de lo bueno y de lo malo, hasta que Moisés recibió  de manos del Señor las Tablas de la Ley : No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo,…A partir de ese día y para siempre quedó definitivamente claro lo bueno y lo malo, lo permitido y lo prohibido hasta el final de los siglos. “El cielo y la Tierra pasarán pero mis palabras no pasarán”. En el Eclesiastés leemos 17,6 “ llenole ( Dios al hombre) de ciencia e inteligencia y le dio a conocer el bien y el mal…” Si se lo dio a conocer era porque no lo conocían.

Cristo elevó a una altura inaudita los mandamientos divinos con el Nuevo Testamento y con la joya de las Bienaventuranzas. Jamás en la historia de la humanidad los hombres adquirieron una grandeza incomparable. Fueron elevados a la dignidad de “hijos de Dios”, dignidad que exige el reconocimiento humano  de  libertad, igualdad y fraternidad. Estos conceptos son de origen cristiano  y  constituyen  la base de nuestra civilización. Durante la Revolución Francesa, raíz de la mayor parte de las revoluciones de los siglos XIX y XX, aquellos revolucionarios vaciaron esas palabras de contenido y contradijeron bien pronto la libertad con las persecuciones; anularon la igualdad mediante las arbitrariedades de los comités y terminaron con la fraternidad mediante la guillotina.  

Con Cristo, el mundo cristiano encontró la libertad con la posesión de la verdad – “La verdad (del Evangelio)  os hará libres”.  Pero, ¿qué libertad puede haber en un mundo de mentiras, engaños, trampas,… y donde los medios de difusión están en manos de cuatro personas?. La hermandad es consecuencia de ser  hijos del mismo Padre. Si no, ¿ a cuento de qué íbamos a ser hermanos? La igualdad de los hombres es ante Dios,  pues  todos son hijos suyos, tienen el mismo origen y el mismo fin. El no hace acepción de personas.  En Cristo la razón y raíz de la libertad, igualdad y fraternidad se encuentra en el amor; mientras, que en los revolucionarios se basa en el odio y el rencor. El filósofo Julián Marías encuentra dos sofismas o falacias repugnantes: Una: Considerarnos hermanos, pero no reconocer un mismo Padre. Otra, Reconocer a  un mismo Padre, pero no considerarnos ni tratarnos como hermanos.

Desde el  principio de los tiempos, el hombre como el diablo siempre han ansiado “ser como Dioses”. La soberbia ha sido y sigue siendo la fuente de todos sus desgracias. Intentan sustituir a Dios por ídolos mundanos: el poder, la riqueza, el tirano,  el sexo, la avaricia, la TV, el fútbol, los cientos de sectas, los cantantes,…son los nuevos dioses. Los que pretender arrogarse el derecho a decir lo que está bien o mal;  intentan justificarse con ideologías caducas que no nos han conducido más que a más miseria humana, más muerte y más pobreza: Marxismo-comunismo, la Teoría de la liberación, la Nueva Era, el Foro social mundial, la Relatividad moral y otras mil teorías y sectas que poco a poco van minando a la doctrina y a la moral católica.

 Ahora, la moral que se extiende a través de todos los medios de comunicación es la llamada “relatividad moral” ; impulsada por la Nueva Era,  moral relativa a nuestros intereses particulares y a nuestras pasiones. Lo bueno y lo malo carecen de sentido.  Todo vale, todo sirve si me beneficia o me da placer. Nada es bueno, nada es malo; todo depende de mi particular criterio y este depende del humor con que me levante cada día y con los cambiantes gobernantes de turno. Una Iglesia que se rija por mayorías sería una Iglesia humana, no divina, donde las opiniones sustituirían a la fe. Sin fe, no hay religión; sin religión, Dios no cuenta; sin Dios, no hay moral; y sin moral, estamos comprobando como se animaliza nuestra sociedad

Ratzinger, Benedicto XVI nos aclara que : Si todo es relativo, entonces no sólo el cristianismo, sino incluso todas las religiones, no son más que disquisiciones teóricas inútiles …la filosofía relativista lleva, en última instancia, a la eliminación de la concepción cristiana de Cristo y de la Iglesia.

En el mundo occidental – el antes llamado cristiano- se pretende cambiar una moral con dos mil años de existencia por otra que nadie sabe lo que es: La de la Nueva Era. Pero, sucede que esta moral, esta doctrina  funciona sin jefes declarados, sin doctrina fija y  sin una estructura conocida. Generalmente, cuando algo se oculta se trata de mercancía averiada.

No nos quedan más que dos alternativas: Una, seguir  la doctrina y la moral cristiana , donde no existen dudas sobre lo bueno y lo malo. Tiene un inconveniente : no es apta para personas débiles. Seguirla precisa de coraje y valor, pues  “la puerta es estrecha y el camino áspero”,  pero al final nos espera la vida eterna. Otra, la vida fácil que nos ofrece el relativismo moral con un final infernal, incluso en este mundo. Vida eterna o eterna condenación.

Pregunten a los americanos del Norte y del Sur, atosigados por miles de sectas, cada una con su particular visión del mundo, de la vida y de la muerte.