Home > Análisis > Categoría pendiente > ¿Qué me puedes dar tú?

¿Qué me puedes dar tú?

Image

Si el Padre nos dio a su Hijo, al Espíritu Santo y, a la madre de su Hijo, entonces es cuando se presenta la pregunta: ¿qué podemos darle nosotros a Dios?

 

No recuerdo dónde lo leí pero me impactó tanto que lo anoté en uno de mis cuadernos de apuntes; me refiero a una revelación a santa Teresa de Jesús (de Ávila), Teresa la grande, como orgullosamente la llaman los españoles para distinguirla de santa Teresita del Niño Jesús (de Lisieux), no sin ser ella menos grande.  La revelación a la que me refiero es: "Yo te di a mi Hijo y al Espíritu Santo y a esta Virgen, ¿Qué me puedes dar tú a Mí?".  Si esta revelación es cierta o no, definitivamente no lo se, pero, suponiendo que fuese la expresión romántica de algún místico o de la misma santa, nos sirve para meditar sobre ello, para lo cual los invito a reflexionar con lo siguiente:

Si nos es lícito hablar así, podemos afirmar que el Padre no tiene más que un solo amor y una sola obsesión eterna: su Verbo, pues todas las cosas fueron creadas por el Hijo amado, pues todo fue creado por Él y para Él, y si el Padre nos ama es porque nosotros amamos a Cristo, lo cual parece una condicionante y una contradicción.  El apóstol Juan nos dice que "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna".  Importante es tener presente que una cosa es que Dios nos ame como creaturas a que nos ame como hijos, pues Dios se hizo Hijo del hombre, para que el hombre llegase a ser hijo de Dios.  Por eso es necesario que siempre recordemos las palabras con las que Jesús nos dice: "pues el Padre los ama, porque ustedes me aman  y creen que yo he salido de Dios".  En fin, lo que quiero decir con lo anterior es que el Padre nos dio a su Hijo para que fuésemos hijos de Dios.

El Padre nos dio también a su Espíritu, pues la Encarnación es obra del Padre por el Espíritu Santo y por la Ley de Apropiación se le atribuye al Espíritu la santificación de la humanidad, ya que Jesucristo quedó lleno en su Humanidad del Espíritu Santo y de su plenitud recibimos gracia sobre gracia.  San Juan abre el Evangelio con la efusión del Espíritu Santo en la Encarnación, y lo cierra con la efusión del Espíritu Santo en la Resurrección; de la carne al espíritu, de la Encarnación a Pentecostés: "Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros…..Dicho esto, sopló sobre ellos: reciban el Espíritu Santo…" (Jn 1,14.20, 22).  Como dice san Atanasio: el Verbo ha asumido la carne para que nosotros pudiéramos asumir al Espíritu Santo".

Pero también el Padre nos dio a la Santísima Virgen María, la madre de su Hijo, con una misión maternal para que todos nos podamos dirigir hacia ella con filial confianza y nos acoja con su afecto de madre, como eficaz auxiliadora, además de consoladora y refugio de los pecadores, a quienes conducirá con enérgica determinación a vencer el pecado ya que ella fue libre de pecado.

Si el Padre nos dio a su Hijo para salvarnos y fuésemos hijos de Dios, al Espíritu Santo para que nos santifique y, a la madre de su Hijo para que nos consuele y nos conduzca, entonces es cuando se presenta la pregunta que cuestiona: ¿qué podemos darle nosotros a Dios?

Simple y sencillamente nuestra obediencia, pues la obediencia es la máxima expresión de la libertad del hombre y la obediencia a Dios es el cumplimiento de su voluntad y su  voluntad que nos la ha revelado es que cumplamos con sus diez mandamientos, con el Decálogo.  ¿No creen que sea poco ante lo mucho que nos ha dado?