La declaración del año 2008 como el Año Internacional del Planeta Tierra, puede ser un buen momento para crear conciencia de que todos dependemos de todos para reducir contaminaciones, para descubrir nuevos recursos naturales y hacerlos accesibles de manera sostenible.
Yo creo que nunca es demasiado tarde para edificar una utopía que nos permita vivir unidos, compartir la tierra y restar contiendas. La declaración del año 2008 como el Año Internacional del Planeta Tierra, puede ser un buen momento para crear conciencia de que todos dependemos de todos para reducir contaminaciones, para descubrir nuevos recursos naturales y hacerlos accesibles de manera sostenible. Ya lo dijo Quevedo: “El amor es la última filosofía de la tierra y del cielo”. Sin duda, es una saludable proclama de esperanza, la del amor; sobre todo para vencer el horror que se respira y reaccionar ante el oscuro caminar que, a veces, se cierne sobre nuestra sociedad. De un tiempo a esta parte, se vienen multiplicando los diagnósticos desesperados sobre el estado de la tierra, como si el planeta agonizase y la vida estuviese a punto de írsenos de las manos. Pienso que ni lo uno ni lo otro. En el equilibrio está la virtud. O sea, la libertad responsable de cuidarse y de cuidar el medio ambiente.
Que el 2008, sea el Año Internacional del Planeta Tierra, nos viene a pedir de boca. Es vital sentirnos oriundos de un globo terráqueo que es nuestra casa común, un astro en el que toda la familia humana es creación en creación, lugar en el que todos hemos de tener voz y cabida. Tantas veces falla el entendimiento en las habitaciones de la existencia, donde en vez del corazón se levantan muros de hielo, que nos alcanza el tedio antes que el sentido común; obviando la sabiduría innata que respira la misma tierra y que apenas le hacemos caso. No es de recibo quedar en la otra orilla viéndolas venir. Hay que hacer algo para que los desequilibrios ecológicos que hacen inhabitables y enemigas del ser humano vastas áreas del planeta, vuelvan a ser zonas de vida habitable. Cada palmo de tierra cultivado por y para la familia humana, desde luego, es un signo de solidaridad encaminado a lograr que el planeta cumpla su misión de ser posada de vida y camino de encuentros.
Conservar de los pueblos sabores ancestrales, como el de la acogida, implica que todavía el corazón vive. Construir estructuras más abiertas y expandir áreas urbanas, usando las condiciones naturales del subsuelo, aumentar el interés de la sociedad por las ciencias de la tierra, incrementar los conocimientos sobre el planeta en el que vivimos, son algunas de las perlas que germinarán a lo largo de este año, en el que el planeta terrícola va a tener todos los honores de cumpleaños feliz, a poco que mermemos los escándalos. El hambre es uno de ellos. Y lo es, porque la tierra puede proporcionar a cada cual la ración de alimentos que necesita. Ahí están los fenómenos de fuga de capitales, despilfarro o apropiación de los recursos en beneficio de una minoría familiar, social, étnica o política, generalizados a más no poder y que, a pesar de ser públicamente conocidos, se hace bien poco por frenarlos. Lo cierto es que medio mundo lo tiene todo, mientras el otro medio no tiene ni espacio adecuado para vivir.
Todos estos desarreglos terrícolas causados por el ser humano deben cesar. Pienso que los habitantes de la tierra han de reformar estilos de vida, modos y maneras de vivir. 2008 es el instante preciso, lo ha de ser, con menos tensiones políticas y más diálogos, para que la alianza entre el ser humano y el medio ambiente fructifique. El problema es global y, por ende, la acción debe ser colectiva. Ningún país puede resolver por sí mismo los problemas relacionados con los moradores del planeta. A mi manera de ver, aún no se presta la atención adecuada a la educación de nuestros escolares, algo básico para cambiar actitudes innatas y egoístas de consumo y abuso de los recursos naturales. Al mismo tiempo, habría que seguir incentivando económicamente a tecnologías empresariales más adaptadas al ambiente, que no sólo lo respetan, también lo preservan y protegen.
Poder habitar la tierra, pues, exige responsabilidad y compromiso general. Nadie se queda a salvo. Si hay que humanizar el medio ambiente natural como se dice, y yo también así lo creo, también es de justicia que el medio ambiente humano haya que ponerlo en salvaguardia. El horizonte, a cultivar, no puede ser más claro: Un desarrollo sostenible que preserve el medio natural de todos los habitantes del planeta tierra, el respeto de la dignidad de las personas por encima de fronteras y frentes, y la protección total a los valores interiores de los moradores. La destrucción de la morada terrícola, en parte potenciado por el virus del egoísmo y del acaparamiento violento de los recursos de la tierra, además de generar roces, luchas y batallas, precisamente porque son fruto de un concepto inhumano de desarrollo, forja desigualdades e injusticias. En todo caso, la inteligencia humana tiene muchas viabilidades para corregir y estimular un nuevo florecimiento. Sólo hay que despertar a la moral y adormecer el egocentrismo. El Año Internacional del Planeta Tierra es la llama que necesitamos. Nuestra obligación de sobrevivir no es sólo para nosotros mismos sino también para ese universo que nos cobija y para esos caminos de aire en busca de caminantes.
Víctor Corcoba Herrero (España)