A muchos de nosotros se nos ve cada domingo salir de la Santa Misa, salir del grupo parroquial o participar año con año de las festividades parroquiales o litúrgicas. Pero esto no es suficiente.
¿Había pensado usted al verse en el espejo, que la musculatura del rostro humano es la más completa del reino animal? ¿Sabía que su color responde a aspectos del clima o sentimientos, y que si lo dividimos en dos, no es totalmente simétrico?
Cuántas cosas del cuerpo humano nos maravillan cada día. Y el rostro, que sólo es una octava parte de la altura de dicho cuerpo, tiene rasgos muy importantes que nos ayudarán en esta ocasión. Más de treinta músculos diferentes son utilizados en una gestualidad sumamente compleja. La morfología del cráneo también determina la fisonomía del rostro.
Los millones de años de evolución – achatamiento de la cara, aumento del volumen craneal, abombamiento de la frente, mejillas menos protuberantes, son algunos de los cambios que ha experimentado el cráneo desde el Australopithecus hasta el homo sapiens actual- han afectado la relación entre el tamaño del cráneo y el rostro.
Además de esto, la estructura ósea de la mujer es diferente del hombre: labios más gruesos, ojos más grandes y líneas gráciles con las cejas más arqueadas. También el rostro responde a una adaptación del medio y en climas secos y fríos una nariz larga da facilidad a la humidificación del aire; y en climas húmedos es común una nariz achatada. También el color de la piel responde al grado de la luminosidad, es decir, que a más luz, más melanina y la piel es más obscura.
También hay diferencias entre poblaciones, como los ojos rasgados en los mongoloides, los labios gruesos de los negroides o la pilosidad facial de los australoides. Aunque en algunas culturas se ocupan ciertas formas de maquillaje con una función estética, en otras, el ornamento del rostro, indican su posición social. Por si todo esto fuera poco, en el rostro se encuentran cuatro de los cinco sentidos del ser humano: oído, vista, olfato y gusto.
Así como cada rostro refleja la cultura, civilización, etnia, nación y clima en lo general, también refleja sentimientos, emociones y actitudes en lo particular. Y, en nosotros bautizados, además de todo lo anterior, ¿qué importancia tiene lo que nuestro rostro refleja cada día? Ya desde el Génesis, leemos lo siguiente: “A Yavé le agradó Abel y su ofrenda, mientras que le desagradó Caín y la suya. Caín se enojó sobremanera y se abatió su rostro” (Gen 4, 5) El rostro de Caín se ve desfigurado por el odio o coraje que hay en su corazón. En otro momento la escritura deja en claro que de la abundancia del corazón hablará la boca (Lc 6,45) Y podemos decir aún más: lo que abunda en el corazón del hombre, se verá reflejado en su rostro, pues –en el caso de una doble moral- no puede ser imitada con éxito la alegría, la paz y la caridad.
Es así, que quizá el rostro de muchos hermanos nuestros – o el nuestro- está desfigurado por el rencor, el odio, la sospecha, la intriga y el resentimiento. Quizá el mismo rostro de la Iglesia está deformado por la apatía, la doble moral, el deseo de poder o protagonismo y la ausencia de vida espiritual de muchos bautizados.
Sin embargo, en la otra cara de la moneda, también en el Antiguo Testamento leemos: “Cuando Moisés bajó del Monte Sinaí, tenía en las manos las dos tablas de las Declaraciones divinas, donde estaban escritas las leyes de la Alianza, y no sabía que la piel de su cara se había vuelto radiante, por haber hablado con Yavé” (Ex 34, 29) En este caso –el de Moisés-, el rostro se ve radiante y, no es para menos, era por haber hablado con Él.
A muchos de nosotros se nos ve cada domingo salir de la Santa Misa, salir del grupo parroquial o participar año con año de las festividades parroquiales o litúrgicas. Pero esto no es suficiente. Es necesario que nuestro rostro esté radiante y lleno de paz –más allá de poner bonita cara, obviamente-, y que cada bautizado tenga un coloquio personal con Dios, a la manera de Moisés. Sólo así, se va a trascender el hablar de Dios y se llegará a mostrar a Dios. Queremos ver a Jesús”(Jn 12,21) dicen algunos griegos a Felipe.
Y, quizá es lo que muchos de los que nos rodean anhelan: verlo, escucharlo, saberse amados. No tengamos la menor duda, el mundo pide a los cristianos de hoy –y tal vez en un grito silencioso ahogado en la injusticia, la corrupción, el dolor y la tristeza- mostrar a Jesús resucitado con su propia vida y testimonio. Necesitan las mujeres y hombres que van como los discípulos de Emaús, cabizbajos y tristes, sin esperanza y sin ánimo, que les demos la buena noticia de la Resurrección y que la presencia de Cristo en nuestra vida –no sólo en las palabras- les haga arder su corazón (Cf Lc 24, 32)
Hegel decía que cada quien vive de acuerdo al Dios en el que cree. Ojala queridos hermanos, que nuestro rostro refleje el amor y misericordia del Único Dios. Ojala que no pretendamos deformar el rostro de Dios en aras de algún interés personal. Y, ojala que nuestro rostro refleje la alegría de la resurrección cada día de la semana y en las actividades cotidianas. Ya decía San Francisco de Asís: “La cortesía es hermana de la caridad” Que así sea en nuestra vida y comunidad. Dios les cuide.
Ángel Alvarado (México)