Deshacernos de un corazón henchido de mundo (que es el que tenemos cuando somos vigorosos y sanos) y encontrar que el único gozo, la única salud, proviene de abandonarse a la voluntad de Dios.
Pascal escribió una Oración para pedir a Dios por el buen uso de las enfermedades entre 1647 y 1648, tiempo de sus primeros fervores religiosos, cuando había caído en cama víctima del exceso de trabajo. Su tesis era que el buen uso de una enfermedad consiste en deshacernos de un corazón henchido de mundo (que es el que tenemos cuando somos vigorosos y sanos) y encontrar que el único gozo, la única salud, proviene de abandonarse a la voluntad de Dios.
Ahora que México pasa por una enorme crisis sanitaria, ¿no será el tiempo de recuperar para Dios nuestro corazón y hacer buen uso de la epidemia que nos ha llenado de temor? Primero que nada, rezar por las víctimas, solidarizarnos con nuestros semejantes, seguir con puntualidad las disposiciones de higiene que manden las autoridades. Segundo: rezar por una pronta desaparición del estado de emergencia en el que vivimos. Tercero: rezar porque, a partir de este acontecimiento, seamos mucho mejores servidores de Jesús en nuestros hermanos.
Algo más: hay quien piensa que el católico no debe tener miedo ante este tipo de epidemias. Georges Bernanos dijo: «También el miedo es hijo de Dios, resucitado por Cristo el Viernes Santo». En efecto, el miedo habita en nosotros. Pero no nos corrompe. No debemos reprimirlo tras una fachada despreocupada y zumbona. «El miedo nos pertenece; no es enemigo, sino un huésped al que hay que recibir con la convicción de que el dueño de la casa es más fuerte que él, y es un huésped que puede volver», escribió monseñor Gianfranco Ravasi.
Para mostrar que somos más fuertes que el miedo, debemos transformarlo en amor. Como lo hizo Sor Juana Inés de la Cruz hacia 1694, cuando entregó su vida por las hermanas del convento de San Gerónimo, víctimas de la gran peste que asoló la Ciudad de México (ella murió el 17 de abril de 1695). Entonces y ahora el Cristo de la Salud recorrió en procesión los alrededores de la Catedral Metropolitana. Entonces y ahora hubo y hay mexicanos convencidos de su fe que van a orar, a actuar, a transformar México a sabiendas de que se puede —y se debe— hacer un buen uso de la enfermedad.