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El viaje de la esperanza

Los pueblos de los dos países que serán visitados por el Papa Benedicto XVI somos poblaciones que vivimos en situaciones diferentes, pero que se hacen una, cuando de esperanza se trata. Nos encontramos, como el profeta Abraham, del Antiguo Testamento, esperando contra toda esperanza.

Los mexicanos, inmersos en una violencia criminal, como no se conocía, instigada por cárteles de droga y por bandas de crimen organizado con mucho poder.

Los cubanos, imbuidos en una pobreza que les acarreó un sistema de gobierno revolucionario que vino a despojar al Pueblo de su natural capacidad de producción y desarrollo económicos, y que, abofeteados por una inexplicable ausencia de libertad, se han convertido en el Pueblo prisionero de una isla.

De pronto… apenas hace tres meses.. se conoce el anuncio del viaje del Papa a ambas naciones. El Pescador regresa… y en este anuncio ambos pueblos percibimos en el horizonte de nuestras vidas una esperanza, de paz para los mexicanos, y de libertad para los cubanos.

Las razones para que el Santo Padre se desplace del Vaticano hasta nuestro continente son variadas y se han repetido en diversas ocasiones: el bicentenario de la independencia de varios pueblos latinoamericanos; el aniversario número veinte de las relaciones diplomáticas entre México y la Santa Sede; el 400 aniversario del hallazgo de la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre; las diversas invitaciones que los mexicanos le hemos presentado al Papa para venir, en las voces del Presidente de la República, del Presidente de los obispos de México y de Latinoamérica, del Nuncio apostólico y de tantos y tantos mexicanos que en la plaza de san Pedro del Vaticano le hemos expresado nuestro particular afecto y cercanía. Pero la razón fundamental es que el pescador viene a confirmar a ambos pueblos en la fe, la fe la Iglesia, la fe en Cristo-Jesús. Sin embargo, el Papa sabe bien que en este viaje él debe ser portador de un particular mensaje de esperanza.

Si Juan Pablo II dijo que México es “siempre fiel” y si pidió que Cuba se abriera al mundo para que el mundo se abra a Cuba, ahora Benedicto XVI podrá entregar palabras de consuelo para ambos pueblos, aunque sabe también que deberá pasar pronto de la consolación al compromiso, pues es muy probable que él mismo se pregunte si acaso no es momento ya de que el “Continente de la Esperanza” comience a ser el “Continente del Amor”. En efecto, es preciso que ambos pueblos demos un giro al camino de nuestras vidas para que en algún momento de nuestras historias demos el paso que nos permita pasar de esperar recibir a comenzar a dar y a compartir.

La visita de Benedicto XVI coincide con el 20 aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y México. Le pregunté sobre esto al embajador de México ante la Santa Sede, Héctor Ling Altamirano, en una reciente entrevista en la que me dijo que “tras un largo periodo de relaciones meramente informales, no muy satisfactorias, se llegó al reconocimiento de la personalidad jurídica de la Iglesia católica y de la autoridad vaticana y, por tanto, fue posible establecer relaciones diplomáticas formales, que sirvieron para que se llegase a convergencias relativas no sólo a la práctica católica religiosa en México, sino también una sintonía en temáticas globales, como las migraciones o la protección de la naturaleza y cuestiones de este tipo. Sin embargo, lamento mucho que después de los cinco viajes de Juan Pablo II, el último de ellos en 2002, Su Santidad encuentre ahora un México inquieto, que tiene dificultades económicas, como por lo demás sucede casi en todo el mundo, que sufre la violencia, porque se está combatiendo el crimen organizado, que lucha contra la corrupción y contra problemas endémicos en la población, ciertamente propios de toda América Latina. Sin embargo, como sucedió con Juan Pablo II, que entró muy bien en sintonía con el México de entonces, todos deseamos que Benedicto XVI haga otro tanto con el México de hoy” y luego me hizo notar que “la fe católica puede y debe ser uno de los “motores” que sostengan el camino de integración de América Latina y su nuevo protagonismo en el mundo. Lo más importante es que el tejido social, que la familia, continúe siendo una estructura sólida, como sucede en México y otros países del mundo, algo verdaderamente estable y que la misma Iglesia promueve.

El Pescador regresa con un mensaje de esperanza, cierto, pero el Pescador también viene con la esperanza que ambos pueblos crezcamos en la fe y en una congruencia de vida.