En pocas horas dará inicio la visita pastoral de Benedicto XVI a México. Reflexiono sobre su larga trayectoria. Encuentro que los esfuerzos de su vida han girado en torno al Concilio Vaticano II, del cual ha sido protagonista.
Estamos ante uno de los grandes teólogos del Concilio y uno de los últimos protagonistas vivos de aquel evento que cimbró a la Iglesia. Nos encontramos en pleno relevo generacional. El próximo Papa habrá sido educado dentro del ámbito del Concilio al igual que los obispos, religiosos y laicos que vamos ocupando nuestro lugar en la Iglesia. El Papa Ratzinger es ahora responsable de que este relevo generacional sea posible teológica, eclesial y pastoralmente. Es mucho está en juego.
La interpretación del Concilio ha sido motivo de grandes debates, las más dispares prácticas litúrgicas y orientaciones pastorales en los últimos cincuenta años. Dos maneras de comprenderlo han marcado esta época: la hermenéutica de la ruptura y de la reforma.
La primera es propia de los “católicos críticos”, que la prensa denomina “liberales” o “progresistas”, como de los sectores tradicionalistas. Para ambos, el Concilio significó la ruptura con el pasado, con la tradición. Para unos, debía implicar un nuevo comienzo y el abandono de dos mil años de historia. Para otros, el Concilio traicionó esos dos mil años. Mientras unos desean un Vaticano III, los otros quieren regresar a Trento. Unos proponen diluir la fe en el mundo al precio de la identidad. Otros, encerrarse en un castillo para tirar de piedras al mundo, al precio de la irrelevancia. Ambos, por ignorancia del pasado o por atavismos, le temen a la historia, al diálogo, a la propia identidad, al futuro.
Joseph Ratzinger ha sido la voz más nítida, mas no única, de la hermenéutica de la reforma. Considera que, teológica, pastoral, histórica y sociológicamente, la misión de la Iglesia encuentra su impulso en la íntima relación que existe entre renovación y tradición. Quien abandona su historia carece de impulso y futuro. Quien se queda anclado en el pasado se convierte en estatua de sal.
El Concilio se realizó por una preocupación pastoral muy vigente. El reto de transmitir la fe en un mundo de profundos cambios, lo que hace necesario abrir a la Iglesia para dialogar y hacerlo con la sabia nutricia de sus fuentes originales. Este ha sido el programa de acción de lo más granado del posconcilio. No es casualidad. Sólo la interpretación y aplicación del Concilio representada por Ratzinger podía integrar ambos elementos: renovación y tradición. Sus resultados están a la vista.
El Concilio es el motor del proceso de reforma de la Iglesia cuyos frutos han sido abundantes. Está en el corazón de la renovación teológica y litúrgica en marcha, de la expansión misionera que ha llevado a la Iglesia a los rincones más apartados del planeta, a ser más católica que nunca. Abrió el espacio para la multiplicación de los carismas y el despertar de los laicos, este gigante dormido de la Iglesia. El Papa Ratzinger ha sido uno de los grandes protagonistas de esta historia que hoy se da cita, con los niños, los obispos y el pueblo mexicano, al pie del Cristo de la Montaña. El plazo se ha cumplido. Es tiempo de diálogo y escucha.