“Parece que la piedra del escándalo es que yo reciba a la señora Bonafini. Sé bien quién es, pero mi obligación de pastor es la de comprender con mansedumbre (…) Esta señora, desde la plaza (de Mayo), me insultó varias veces con artillería pesada pero a una mujer a quien le secuestraron los hijos y no sabe cómo y cuánto tiempo los torturaron, cuándo los mataron y dónde los enterraron, no le cierro la puerta. Lo que veo allí es el dolor de una madre. Si me usa o no me usa no es mi problema.” (El Papa, en un texto revelado por la Agencia Télam)
Francisco recibió a Hebe de Bonafini, una de las fundadoras de las Madres de la Plaza de Mayo. La audiencia no tendría nada de especial si esta mujer no fuese un icono de la izquierda en su país que lo ha insultado (“basura fascista”), se ha burlado de él y se ha expresado siempre en contra de la Iglesia argentina, acusándola de colaborar con el terrorismo de estado de la dictadura argentina. La actitud de la Iglesia argentina y muy en particular del propio Papa cuando era superior de los jesuitas ya ha quedado suficientemente aclarada pero, en ocasiones, hay quien no quiere escuchar ni leer y prefiere conservar su odio en formol.
En todo caso, para muchos argentinos no es plato de buen gusto que el Papa reciba a esta señora, porque lo interpretan inevitablemente desde parámetros políticos…, solo que equivocan dichos parámetros.
El Papa no hace “pequeña política”, esa mezquina y miserable a la que nos tienen acostumbrados y que no corresponde con la fraternidad cristiana. Francisco hace la política que nace del encuentro con Cristo, la “gran política”, la que introduce la paz, la novedad, el perdón y la misericordia allí donde parecía imposible. Por eso no le importa si su acción es utilizada o no, o si es mal interpretada. Se trata de una madre doliente que grita su sufrimiento y, en ocasiones, lo que pide es venganza. ¿Debemos mostrarle esos mismos sentimientos? ¿Lleva eso a alguna parte más que al enfrentamiento y a la discordia? Tal vez podríamos dejar de lado esos patéticos cálculos hechos sin amor y preguntarnos: ¿qué haría Cristo?
Eso es lo que se pregunta el Papa, y actúa en consecuencia.