Necesitaremos tiempo para asimilar y transformar en vida cristiana las enseñanzas y el testimonio que el santo Padre Benedicto XVI nos ha dejado durante su visita a nuestra patria. Adelantamos aquí algunas reflexiones, que nos pueden ayudar a interiorizar este acontecimiento de gracia tan singular que hemos vivido.
Primero. México es México; un país original, bendecido por Dios y santa María de Guadalupe; pueblo creyente, alegre y generoso, capaz de abrir su corazón a quien ve que lo ama y quiere su bien. La mayor riqueza de este país son sus gentes y su fe, que lo sostienen en su lucha diaria. Es un pueblo creyente y alegre porque ha tenido que sufrir por su fe.
Segundo. La distancia entre este pueblo sufrido y creyente y sus élites, parece ser abismal. Mientras el pueblo se recreaba y gozaba, las élites (perdón por repetir esta fea palabra), se encontraban ausentes, censurando antes de escuchar. Ya se lo sabían todo de antemano; no necesitan ni ver ni escuchar. Esto, el pueblo lo sabe y no se engaña; por eso apreciaron y aplaudieron generosamente la presencia y participación digna de su Presidente y la de su señora esposa.
Tercero. La cobertura televisiva fue impresionante, y el pez grande quiso devorarse a los menores. La técnica y los recursos disponibles se mostraron inversamente proporcionados a la calidad intelectual y moral de sus comentarios. Su habilidad para captar el espectáculo o la anécdota es muy grande, en contraposición a la incapacidad mostrada de comprender los contenidos de la fe, que es la que congrega y alegra al creyente.
Cuarto. La mesura. Creo que esta es una palabra clave, poco usada pero apropiada, para describir la actitud del Papa Benedicto XVI. Ante un pueblo desbordado de fervor y unos medios altisonantes, la mesura del Papa en el hablar, en el tono de la voz, en la capacidad de decir verdades enormes sin ofender ni herir; en su caminar y en sus gestos y expresiones, son cualidades que se originan en la sabiduría que viene de Dios. El pueblo católico pudo ver y escuchar a alguien muy distinto de lo acostumbrado y usual.
Quinto. La sintonía entre las figuras del papa Juan Pablo II y Benedicto XVI denota que no se predican a ellos mismos; que, más allá de la diversidad y hasta el contraste de los caracteres, ambos sirven a un solo y mismo Señor, en la misma y única Iglesia de Jesucristo. Ambos son Vicarios de Cristo y sucesores del Apóstol Pedro. Eso es lo que el pueblo creyente ama y cree. Nada más; por más que los medios y reporteros se esfuerzan por señalar contrastes y dividir afectos. No lo lograron, porque no es verdad.
Sexto. Después de esta visita, tenemos que seguir mirando al Tepeyac, pero con más atención, y descubrir que allí la “Señora del cielo” nos señala hacia el cerro del cubilete, a su Hijo, Rey del universo. Es a él a quien debemos escuchar e imitar. Madre e Hijo se funden en un mutuo amor y en una misma obediencia: El Hijo nos muestra como amar a la Madre y la Madre nos enseña como obedecer al Hijo. Ser guadalupano y cristiano no se pueden separar.
+ Mario De Gasperín Gasperín
Me encantó eso de «La técnica y los recursos disponibles se mostraron inversamente proporcionados a la calidad intelectual y moral de sus comentarios», claro que sí, pocos de los conductores de Televisa sabían realmente quien es el Papa y la Iglesia católica, a diferencia de otros como EWTN, el Sembrador o María+Visión, que aunque con poca gente hablaban bastante bien. Felicidades a las televisoras católicas que siguieron la visita del Papa, aunque también a las televisionas nacionales y extranjeras comerciales que aunque era un negocio para ellos y pusieron caras «bonitas» entre sus comentaristas pues creo que por lo menos sí le dieron el lugar necesario en su programación ante tan grande acontecimiento.