Una obra de arte, por ejemplo una pintura, puede ser apreciada y valorada desde diferentes puntos de vista. Si nos encontráramos delante de la «Mona Lisa», ese famoso cuadro de Leonardo Da Vinci donde aparece una enigmática mujer sonriente, ¿qué nos dirían de ella un decorador, un historiador, un arqueólogo, un coleccionista o un poeta?
El decorador seguramente hablaría del lugar más conveniente para colocar el cuadro; el historiador tal vez se inclinaría a tocar el contexto histórico en que se realizó la pintura; el arqueólogo se centraría en el análisis material del cuadro: dataría su origen, el tipo de pigmentos utilizados, la naturaleza de la tela, etc.; el coleccionista concentraría su atención en el valor económico de la pintura y procedería a buscar el modo de adquirirla; el poeta, por último, echaría a volar su mente y corazón para tratar de penetrar los sentimientos que movieron a Leonardo a plasmar en arte hecho pintura el busto de esa mujer.
Del decorador al poeta, cada uno seccionó un aspecto de la «Mona Lisa» sin quedarse con una perspectiva de conjunto; algo ciertamente útil pero no siempre válido. Y es que para valorar una obra de arte se considera cada aspecto pero destacando el lazo de verdad indivisible que une a unos respecto a otros. Una obra de arte se valora desde una visión de conjunto.
Algo semejante viene sucediendo, y cada vez más notablemente, con la familia. Algunas visiones se reducen a estancarse en tal o cual aspecto haciéndolo aparecer como esencial, absoluto y verdadero cuando en realidad no es así. La deforman. Hay algunos que afirman que la familia, tal y como hasta ahora todavía la reconocemos, no es más que un escalón en la inmensa escalerilla de una sociedad en evolución. El hombre, según esta visión, al ir «evolucionando» con la tecnología y la ciencia, va necesitando menos de la familia hasta que llegará a un punto en que le resultará innecesaria. Otros ven a la familia como un instrumento del cual valerse para hacer esto o aquello y después desecharla o cambiarla según convenga o sea más útil (como un pincel puede servir para pintar un óleo o una acuarela pero luego, ya usado, se puede tirar). Algunos más ven en la familia un mero producto del cual se pueden sacar muchos beneficios individuales.
Todas esas visiones parten de la utilidad. Sin embargo, no todo lo útil es válido (el pincel es útil también para picar los ojos pero no es que por ello el artista vaya andar por ahí picando los ojos de todo aquel con el que se tope).
Para desentrañar la esencia de las cosas, ir hacia una verdadera y global visión de la familia, no debería bastar la admiración de tal o cual aspecto de la «Mona Lisa» sino considerarlos todos en conjunto, evaluar su verdad, formarse un juicio: no permanecer en las ramas de los árboles sino ir a la raíz. Si interrogáramos a la naturaleza sobre la familia nos recordaría que todo ser humano tiene su origen en una. Es en ella donde todo hombre o mujer recibe las primeras nociones del bien y del mal y donde aprende a ser una persona que necesita relacionarse con otros.
En la familia el hombre reconoce que es un ser social. Sin entrar en detalles, el hecho de que haya familias desunidas es algo antinatural si bien la frecuencia de saber que existen numerosos casos ha ido haciendo parecer esas situaciones como «normales».
¿Y es que una visión errada de la familia tiene sus consecuencias negativas en la vida diaria? Ciertamente. ¿Cómo ayudarse entonces para construirse una verdadera perspectiva de la familia y reconocer el mal que se quiere hacer pasar por bien? Una verdadera perspectiva de la familia debe ser tanto teórica como práctica; debe comprender y atender.
Para comprender qué es la familia y cuál es su verdadera importancia no podemos quedarnos en ideologías que resaltan mucho el aspecto emotivo y sentimental de «nuevos –y falsos– modelos familiares» (por ejemplo con la proyección de videos e imágenes con música «enternecedora» y «atontadora» de fondo) pero que no ofrecen argumentos racionales y con un mínimo de rigor lógico para justificar lo que defienden.
Una verdadera perspectiva de la familia, en el plano de la ideas, defiende el valor de la persona y reivindica la figura del matrimonio. Una verdadera perspectiva de la familia, en el plano de la acción, suscita políticas sociales y económicas que la defiendan y promueve la participación de la sociedad civil. Una verdadera perspectiva de la familia une el diálogo ideas-acción fomentando el conocimiento de un conjunto coherente y eficaz.
Defender a la persona es defender a la familia y en consecuencia a toda la sociedad. El ser humano es un ser social: necesita a los demás y los demás le necesitan. Frente a la pretensión individualista de las ideologías que buscan hacer pasar al hombre como un ser autosuficiente, egoísta y desligado de los otros, la familia recuerda que la persona humana desde que nace lo hace en el grupo esencial que funda toda sociedad: la familia misma. Para hacerse una verdadera perspectiva de la «Mona Lisa» es necesario apreciar cada color (la persona humana). Un color necesita del otro y así todos juntos (en familia) dan el toque de belleza al conjunto (sociedad).
Ningún color podría decirle a otro que no es necesario; es gracias a la diversidad de colores que se experimenta cierto atractivo hacia la pintura. Si todo el cuadro fuese verde, ¿lo apreciaríamos del mismo modo?
La familia, además, está indisolublemente unida a la realidad del único matrimonio posible: el de un hombre con una mujer. En el matrimonio, hombre y mujer encuentran su papel de cara a la sociedad y ese papel es a la vez transmitido a los hijos. El hecho de que cada vez con mayor frecuencia se hable de «otras formas de matrimonio» o de uniones equiparadas a éste, no es más que la confirmación de una incorrecta visión de la familia y la carencia de bases racionales sólidas que amparen como válida, lícita y justa, no únicamente útil, la unión entre personas del mismo sexo. La misma naturaleza nos lo dice: de la unión de un hombre y una mujer se da origen a nuevas vidas; de la unión entre personas del mismo sexo, no. O lo que es lo mismo: uno más una igual a matrimonio; uno más uno igual a dos. Reconocer la relación intrínseca matrimonio-familia es reconocer la relación del pintor con su pintura.
Considerar de modo racional dos aspectos a valorar cuando hablamos del matrimonio (el valor de la persona y del matrimonio) sería insuficientes si no fuéramos al plano de las acciones. Las dos acciones más importantes dependen de dos instituciones: el Estado y la sociedad civil.
El Estado debe fomentar políticas sociales y económicas que faciliten el surgimiento de más y más familias. El hecho de que, de modo general, cada vez menos se casen y, de entre los casados, las familias no sean numerosas, parece ser una respuesta lógica a casas pequeñas, salarios bajos, faltas de prestaciones para la mujer embaraza… Y es que con salarios bajos y precios tan elevados no es que den muchas ganas de tener demasiados hijos, ¿cómo mantenerlos después? Además, las casas o departamentos que se construyen ahora son tan pequeños, tan reducidos, que de tener un hijo más, ¿dónde meterlo? Por si fuera poco, para las mujeres que trabajan su embarazo puede conllevar, injusta e ilícitamente, el despido.
Una sana política económica o social debe tener al hombre al centro; si no es así podrá aparentar que sí lo tiene cuando en realidad no sucede. Cuando, por ejemplo, se quiere luchar contra la pobreza, no se debe ir al individuo sino a la familia. La pobreza debe ser interpretada desde la familia pues no es un hombre pobre y sin empleo sino una familia pobre y sin alimentos. Ciertamente, ni con esto último ni con todo lo anterior, nos colocamos ante hechos consumados imposibles de cambiar. Se puede mejorar y mucho. De ahí que sea importante, al momento de ejercer el derecho al voto, conocer las iniciativas y programas de tal partido o tal candidato en materia familiar. Tener buenas políticas sociales y económicas es como si el Estado aplicara programas que ayudasen a los artistas a obtener los medios necesarios para producir sus pinturas y fomentase la aparición de medios educativos y culturales (libros, video, revistas, etc.) que ayudasen a los que no alcanzan aún a apreciar el arte, a hacerlo.
La sociedad civil también tiene su papel. Delante se le pone un reto. Es ella misma la que debe fortalecer espacios que hagan ver la belleza de la familia. Si bien es verdad que las denuncias suelen ser necesarias pues con ellas se manifiesta el desacuerdo frente a los ataques sistemáticos, no es que sólo la denuncia y la confrontación basten; es verdad, despiertan a más de uno y le hacen recapacitar, pero ¡hay que hacer notar la belleza de la familia! Nada más eficaz. Hacer ver la belleza de la familia es salir en familia al parque, a comer, a la Iglesia; hacer ver la belleza de la familia es dialogar, compartir las experiencias al final de la jornada, es escuchar al otro; hacer ver la belleza de la familia es ocuparse del otro, donarse en el servicio hacia el otro, es comprender al otro; hacer ver la belleza es transmitir los valores de la amistad, de la atención, de la cercanía, de la confianza, del respeto; ¡hacer ver la belleza de la familia está al alcance de toda persona creativa y con un mínimo de espíritu de iniciativa!
Ciertamente en este empeño juegan un papel importante los medios de comunicación. Los medios son los vehículos masivos por los que se puede seguir atacando a la familia o por los que se le puede reivindicar. La programación anti-familia es fácil de reconocer (novelas, programas, «realitys shows», entrevistas, películas, etc.); y si sabemos que más bien daña, ¿entonces para que verla? Entretiene, sí, pero sin irlo percibiendo puede ir logrando que se entre en comunión con las ideas que lleva en el fondo. Además hay una amplia gama de programación que nos da la posibilidad de elegir cosas de provecho. Si sabemos que el alcohol perjudica, entonces para qué tomarlo; si sabemos que el agua natural nos beneficia, entonces habrá que beberla.
El diálogo entre las ideas que comprenden los fundamentos de la familia y la acción que atiende sus necesidades debería conllevar a un efecto: una rearticulación de los derechos humanos. Y es que si de verdad el hombre está en el centro (ya dijimos que no es lo mismo tener a la persona -abierta a los otros- que al individuo -cerrado a los demás-) todo apuntará a que la institución familiar debe reconocerse jurídicamente, con leyes, protegerse y defenderla. La familia no es el resultado de un consenso de opiniones ni nace a partir de decretos de un Estado. Ni los grupos ni el Estado deben suplir los deberes de la familia y sí promoverla y apoyarla. El Estado tiene razón de ser gracias a la familia.
La «Mona Lisa» es una obra de arte considerada patrimonio de la humanidad y por eso se conserva con las mayores atenciones y cuidados en una de las mejores salas de exposición del museo del Louvre, en París. La familia también es una obra de arte, ¿en qué lugar la estamos colocando o dejando que la coloquen en la gran sala del mundo?
Por Jorge Enrique Mújica