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La renuncia del Papa Benedicto, lo engrandece

Al parecer San Celestino V (1294) es el único Papa que ha renunciado en la historia bimilenaria de la Iglesia, sin adentrarse en la problemática del cisma de occidente en el período de los antipapas y de la crisis de Avignon (s. XIV-XV). Nos parece un hecho no sólo sorprende, sino insólito. Pero no existen obstáculos jurídicos ni teológicos. Así como tuvo el derecho a aceptar su elección, por motivos graves -en este caso por la edad y la salud y por amor a la misma Iglesia-, tenía la posibilidad de renunciar. Así lo ha anunciado el Papa Benedicto XVI este día 11 de febrero, día dedicado a recordar las apariciones de la Santísima Virgen María Inmaculada en Lourdes, Francia, a Santa Bernardita Soubirous en la gruta de Massabielle y será efectiva el próximo 28 del mismo mes. El Papa de quien dijera su amigo el Arzobispo de Colonia Joachim Meisner , en 2005, recién electo : ‘es sabio como diez doctores y humilde y sencillo como un niño’, ahora por propia experiencia constatamos esta adecuada caracterización. Su renuncia al gobierno de la Iglesia como sucesor de Pedro, es una gran lección de Papa, de teólogo entre teólogos, de maestro de maestros y de seguidor de Jesucristo como su cooperador de la Verdad a proclamar de la Vida a vivir y del Camino a seguir. Renuncia que lo engrandece por su humildad, amor y valentía.

Durante sus casi ocho años de pontificado llevó la Barca de Pedro por los mares encrespados de los principios del tercer milenio, después del Beato Juan Pablo II, con mano firme y mirada serena, en este cambio de época de la posmodernidad, con terribles retos para la Iglesia y grandes desafíos para la humanidad. No sólo ha sido el pastor sabio que nos ha enseñado la profundidad y belleza de la fe católica, el santo pontífice que ha orado por nosotros, sino el hombre prudente del gobierno de la Iglesia.

Será recordado como el teólogo que nos enseñó a hacer teología como Iglesia, pues sólo desde ella es donde la Palabra de Dios puede ser escuchada, acogida y pensada. Como comunidad eclesial tenemos la responsabilidad de que esa Palabra sea acogida en su origen (teología bíblica), en su contenido (teología dogmática) y en su destino(teología práctica). Si el filósofo se apoya en la razón, el teólogo implica a la razón, porque razona, pero va más allá, pues parte de la fe. Una fe objetiva que comporta el acontecimiento de la Revelación y la propia fe subjetiva propia del creyente que indaga. Por la reflexión sobre el Dios de la Revelación se puede conocer más plenamente a la persona humana integral y a las realidades que le afectan como la dimensión familiar, la social, la política, la ecológica, la sexual, la bioética, la ética y sus mutuas interrelaciones; implica necesariamente pensar a Dios, con Dios, desde Dios, en la Iglesia, en el exceso del don de la fe y de la gratuidad por la persona humana, en el nosotros del tú humano y del tú divino. Así lo ha hecho el Papa-Teólogo y así nos lo ha enseñado en la ortodoxia, más que recta doctrina en su sentido primigenio, como gloria a Dios.

Con su ejemplo y magisterio nos ha enseñado la esencia del cristianismo, de ayer, de hoy y de siempre.

Un Papa incansable que ha trabajado sin tregua ante el contexto problemático mundial y al interior de la misma Iglesia, con gran inteligencia y mansedumbre, con pasión y serenidad.

El Papa que dio su orientación y consuelo no sólo a toda la Iglesia en general sino a los cerca de dos millones quinientos mil peregrinos que fueron a Roma cada año, durante estos casi ocho años, para saludarlo, verlo y escucharlo y le ofrecieron su respeto, cariño y gratitud por el bien espiritual recibido.

Nobleza obliga el ser agradecidos con este hombre que fue sucesor de Pedro, que entendió su oficio como tarea de amor el apacentar la grey del Señor, en recuerdo al tan amado por el Papa Benedicto, San Agustín y por ese amor renuncia. Bendito sea Benedicto. Gracias a Dios que nos regaló un Pontífice de su talla.