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Los papas de Avignon

En el año 1309, el Papa Clemente V se vio obligado a salir de Roma y a establecerse en Francia, en la ciudad de Avignon, donde cinco años después murió. Le sucedieron seis papas que continuaron residiendo en Avignon hasta que Gregorio XI regresó a Roma en 1377. A este periodo, de casi 70 años del siglo XIV, se le conoce en la historia de la Iglesia como “El papado de Avignon”, tiempo durante el que reinaron siete pontífices: Clemente V, Juan XXII, Benedicto XII, Clemente VI, Inocencio VI, Urbano V y Gregorio XI.

El antecedente del papado de Avignon surge de una crisis política ocasionada por batallas entre los “Gibelinos” -partidarios del emperador- y los “Güelfos” -partidarios del Papa; fueron severas tensiones que provocaron que al Papa le resultara casi imposible dirigir el Estado de la Santa Sede desde Roma. Ya durante prácticamente todo el siglo XIII el Papa y la Curia habían tenido que desplazarse continuamente por los diversos estados italianos a fin de sortear varios conflictos políticos y territoriales, pues durante la alta Edad Media, la pretensión de los emperadores alemanes y franceses de constituir un imperio universal, chocó con el papado, que a la vez se había constituido como un Estado universal teocrático.

Un antecedente más inmediato se encuentra en julio de 1294, cuando tras dos años de Sede Apostólica vacante, fue elegido Romano Pontífice un monje benedictino de 80 años de edad, conocido como Pedro el Ermitaño, quien asumió el nombre de Celestino V. Era un hombre piadoso, pero su desconocimiento del mundo lo obligó a abdicar tras cinco meses de pontificado. En diciembre del mismo año resultó electo Bonifacio VIII, quien se vio enfrentado por el rey de Francia Felipe IV el Hermoso, quien tras convocar a la nobleza y al clero de Francia a la unidad nacional y al desconocimiento de la autoridad pontificia, hizo prisionero al Papa en su castillo de Anagni en 1303, y aunque fue liberado por el pueblo de Anagni, murió un mes más tarde en Roma.

A Bonifacio VIII le sucedió en el pontificado Benedicto XI, quien solamente vivió ocho meses. La Sede Apostólica estuvo vacante durante casi un año hasta que fue electo en Lyon, Francia, Clemente V. De inmediato, el rey Felipe IV lo presionó para que se aboliera la orden del Temple, a lo que el Papa respondió con la bula Ad Providam, del año 1312, que desató la persecución francesa contra los Caballeros Templarios. Luego, el Papa vio muy conveniente, para su seguridad, salir de la ciudad de Roma.

Las causas principales que ocasionaron trasladar la Sede Apostólica a Avignon, hoy pueden leerse como la respuesta a tres intenciones: Resolver con Francia el asunto del encarcelamiento de Bonifacio VIII, disolver la orden del Temple a favor del rey de Francia y reconciliar a Francia con Inglaterra a fin de emprender una nueva Cruzada e implementar un reino en Jerusalén.

Mientras se prolongaba la permanencia de los papas en Avignon, la situación en Roma era lamentable; estaba despedazada por luchas de partido entre los Colonna, Orsini y otras familias, que dio como resultado que en 1347 asumiera el poder un individuo llamado Cola di Rienzo, que creía tener un papel providencial para reformar la Iglesia y restaurar un orden mundial, en calidad de “Augusto”. Luego de proclamarse Senador fue asesinado en 1354 por una revuelta popular. No había estabilidad ni condiciones para que el Papa regresara a Roma.

Tras la muerte de Gregorio Xl -el último papa de Avignon- una facción de cardenales se aprovechó de las discusiones del cónclave de elección para provocar que el papado continuara en Avignon. El resultado fue el Cisma de Occidente, tiempo durante el que hubo dos antipapas: Clemente VII y Benedicto XIII. Mientras tanto, en Roma, en uno de los cónclaves más rápidos de la historia, era elegido Urbano VI como Romano Pontífice, quien de inmediato logró retomar el control de castillo de Sant’Angelo y dominar una revuelta de los romanos, aunque luego entró en conflicto con el reino de Nápoles y con los miembros del Colegio cardenalicio, incidentes que provocaron que su pontificado no fuese como se esperaba. Con todo, el papado había regresado a Roma y la historia de Avignon quedaría como el recuerdo de un mal momento al que muchos historiadores se refieren como “la cautividad babilónica de los papas en Avignon”.

Este periodo de la Iglesia, aunque se vio marcado por un centralismo administrativo, fiscalidad, nepotismo y relajación de costumbres, trajo varios beneficios como la organización del papado, desarrollo de las artes, la cultura y la promoción de misiones de evangelización.

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