La búsqueda de la unidad entre los cristianos tiene su origen en el deseo del mismo Cristo: que todos sean uno (cf. Jn 17,22). Pero no resulta fácil alcanzar esta meta, sobre todo cuando años y siglos han separado a unos y otros.
C.S. Lewis, gran apologista del siglo XX, elaboró una sugestiva reflexión sobre el tema cuando se le preguntó sobre la unidad de los cristianos, allá por el año 1944.
Quien formuló la pregunta partió de un hecho: la gente no entiende las divisiones teológicas entre los cristianos. Luego añadió, dirigiéndose a Lewis: “¿Considera que estas diferencias son esenciales? ¿No ha llegado el momento de la reunión?”
La respuesta de Lewis partió de un punto firme: “Para la reunión el momento ha llegado siempre. Las divisiones entre los cristianos son un pecado y un escándalo, y los cristianos de todas las épocas deben contribuir a la reunión, al menos con sus oraciones”.
Luego recordó que él era un “cristiano reciente”, convertido hacía pocos años, y que siempre se había aferrado “a las posiciones dogmáticas tradicionales”.
Al adoptar esa postura (sin llegar nunca a ser católico), Lewis descubrió con sorpresa cómo recibía señales de aprobación por parte de cristianos muy diferentes: jesuitas, religiosas, cuáqueros…
Tras esa constatación, añadió algo de gran importancia: “Me parece que los elementos «extremos» de cada Iglesia están más cerca el uno del otro, y que los liberales y «tolerantes» de cada comunidad no se podrán unir de ningún modo”.
¿Qué pretendía afirmar con eso? Las palabras siguientes lo aclaran mejor: “El mundo del cristianismo dogmático es un lugar en que miles de personas de muy diversos tipos siguen diciendo lo mismo; y el mundo de la «tolerancia» y la religión «aguada» es un mundo en el que un pequeño número de personas (todas de la misma clase) dicen cosas totalmente distintas, y cambian de opinión cada pocos minutos. Nunca vendrá de ellos la reunión”.
Hasta aquí la respuesta de C.S. Lewis. ¿Es actual? Puede ser que sí, precisamente ante quienes buscan pseudocaminos de unidad al margen de la teología (de lo que cada grupo cree profundamente). La “tolerancia”, incluso desde buenas intenciones, no logra más que confusión. O produce una religión “aguada”, como diría Lewis, o un cristianismo descafeinado, repetidas veces condenado por el Papa Francisco.
Entonces, ¿cómo avanzar hacia la verdadera unidad, cómo lograr un ecumenismo sano? Desde el amor a la verdad, con la mirada puesta en Cristo, sin dejar de lado los temas teológicos. Sólo desde la profundización de la propia fe, y con una oración sincera, será posible reencontrarse, precisamente desde esos dogmas (contenidos revelados) que creemos gracias a la acción del Espíritu Santo en los corazones.