Para la Iglesia católica, buscando ser fiel a Jesucristo, cuyo Evangelio ilumina y enriquece un sano y pleno sentido del ser humano, todo aborto provocado es pecado grave, no hay razones que lo justifiquen, ni siquiera cuando el feto viene con malformaciones genéticas o cuando se trata de una violación; igualmente no obstante que haya leyes que lo permitan civilmente, pues es una nueva vida humana, inocente y ya acogida y amada por Dios desde su concepción o fecundación.
Todos los que colaboran en el aborto provocado quedan excomulgados, fuera de la comunión con la Iglesia.
Ahora bien, la Iglesia quiere ser misericordiosa como su Fundador, Cristo Jesús, “Rostro de la misericordia del Padre”, y así ofrece el perdón si a la persona le duele y se arrepiente por su participación en el aborto. Ordinariamente el pecado del aborto queda reservado al obispo y a quienes él conceda facultad de perdonar; pero el Papa Francisco ha concedido que en este Año de la Misericordia todos los sacerdotes estén facultados para perdonarlo en el sacramento de la Reconciliación. Si usted ha colaborado en un aborto o sabe de alguien que lo haya hecho, tenga confianza en el perdón de Dios y acérquese a este sacramento de la Reconciliación. Dios lo/la está esperando para darle el abrazo de misericordia que salva, reconforta y renueva la vida.
Sin embargo además está presente el trauma postaborto, del cual son conscientes las personas. Este trauma es recurrente, por más que la persona pretenda acallar el hecho, éste sigue pesando en la conciencia.
No basta que el sacerdote escuche a la persona en confesión y pronuncie la absolución, es importante acogerla con respeto y delicadeza, ayudándola a desahogar los sentimientos más escondidos, que toque fondo en las consecuencias por haber destruido una vida humana inocente; es un dolor profundo que puede llevar a la desesperación obsesiva y a la autodestrucción; pero hasta ese fondo puede y quiere llegar el perdón de Dios. El sacerdote ayude a que la persona verbalice ese fondo humano que anhela ser sanado, de modo que la persona también verbalice la paz que experimenta con el perdón misericordioso de Dios. Para llegar a esto tal vez se requiera varias sesiones más allá del momento de la confesión. El fruto de la misericordia divina y que la persona humana recibe es una paz profunda, cuyo beneficio es que en adelante la persona se convierta en defensora y promotora de toda vida humana, desde su concepción y hasta su término natural no provocado, o sea que encuentre y ejercite un nuevo sentido a su vida y ayude a que los demás también lo encuentren y se unan en esta cultura de la vida para acoger y potenciar en cualquier circunstancia.