Una vez un sacerdote, con una pizca de mayéutica socrática, me preguntó al inicio del verano: ¿Para ti que son las vacaciones?, yo, con voz firme y contundente dije: dormir, descansar, estar acostado por mucho tiempo viendo la televisión. Él con una sonrisa en el rostro me dijo: ¿Estás seguro? ¿Eso no sería más bien ser un holgazán? Mi voz ya no fue tan segura, ni me respuesta tan precisa: Tiene razón padre. Posteriormente me respondió: Las vacaciones son un momento para dejar de hacer lo que comúnmente hacemos e iniciar otra actividad que nos mantenga activos y productivos. A partir de este momento las vacaciones tuvieron otro tinte para mí. A menudo me pregunto: ¿Cómo poder vivir las vacaciones cristianamente? ¿Qué actividades realizar para no caer en la holgazanería ni el en ocio? A continuación, te tengo 7 consejos que te pueden ayudar en este viaje de verano:
- Vive el Domingo: En vacaciones, el domingo sigue siendo el día del Señor y Dios no se va de vacaciones. Ten un momento para encontrarte con Cristo y darle gracias por este descanso que te ofrece luego de tanto trabajo y fatiga. Recuerda dedicarle unos momentos de tu día a la conversación amigable con Jesús y María.
- Celebra la vida: Muchas veces descuidamos este don que Dios nos regala al momento de respirar. Intenta ver la botella medio llena y no medio vacía. La clave de vivir la vida es agradecer todo lo bueno que tenemos y no enfocarnos en todo lo que no logramos alcanzar.
- Comparte con tu familia: Recibe el amor, la gratitud y todo el cariño que tu familia te ofrece. A menudo nos quejamos por no sentirnos queridos o amados, cuando la realidad es que a pocos metros de nosotros tenemos seres especiales que quieren compartir mucho amor y tiempo con nosotros. Ábrete a las bendiciones que Dios te ofrece en el día a día.
- No te centres en ti mismo, se útil a los demás: Cuando ayudamos al prójimo le damos sentido a nuestra vida. Tenemos la tentación de confundir el periodo vacacional como única y exclusivamente como un tiempo personal, cuando la realidad es, que siempre debemos estar dispuestos a colaborar con el crecimiento del prójimo, amando a Dios en cada uno de ellos. Desde lo más simple podemos ayudarle, empieza orando por tus hermanos, la caridad tampoco toma vacaciones. «Cada vez que lo hiciste con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hiciste» (Mt 25, 40).
- Mete el Evangelio en tu maleta: Procura cada día leer un pequeño versículo del Evangelio que guíe tu jornada. Haz una lectura reposada, dedícale 20 minutos al día. Un rato de buena lectura te ayudará a evitar unas vacaciones infructíferas. Si queremos tener un corazón que entiende las dificultades del hermano, primero debemos formar un corazón capaz de escuchar. Medita la palabra de Dios que te habla al corazón.
- No agobies tu mente con preocupaciones: Mientras estamos de vacaciones, nos encontramos constantemente tentados a preocuparnos en exceso por el futuro, lo que nos ocasiona ansiedad y fractura el momento de descanso que tenemos. Encuentra descanso diciendo como Pablo: «Sé de quién me he fiado» (2 Tm 1,12), y deja todo en las manos misericordiosas de Dios.
- Demuestra que Dios es alegre: Como cristianos tenemos el deber y la obligación de mostrar la alegría del Evangelio. Necesitamos de gente optimista que lleve la palabra de Dios. Relativiza todo aquello que te amarga sin tener importancia, y céntrate en las cosas buenas que Dios colocó en tu vida durante estos años. Si vivimos la gratitud en las cosas pequeñas, tenemos la oportunidad de ser agradecidos en las grandes. Decir en todo momento: Muchas gracias, es un cambio importante para vivir con mayor alegría nuestra jornada.
Recuerda siempre, que las vacaciones no se tratan de no hacer nada, sino de dar un sentido a las pausas cotidianas. Recordemos que Dios no se toma vacaciones en su constante amor al hombre, por ello, las vacaciones pueden ser un momento excepcional para salir a su encuentro. Y es que, en verano, seguimos siendo cristianos. Que este tiempo de vacaciones sea un momento propicio para encontrarnos con Dios y restaurar las fuerzas necesarias para nuestra jornada diaria.