El Directorio de la Iglesia sobre la “Piedad popular y la Liturgia” señala que la relación de concordia y mutua fecundidad que debe existir entre ambas, se debilita por la pérdida de la conciencia sobre los valores esenciales de la misma liturgia. El desconocimiento de la naturaleza de la liturgia provoca una invasión indebida de la piedad popular en el culto divino. La Iglesia, por el contrario, suele hablar de mutua fecundidad, puesto que ambas buscan la gloria de Dios y salvación del hombre. El Directorio señala tres síntomas de ese debilitamiento:
1°. “La escasa conciencia o disminución del sentido de la Pascua y del lugar central que ocupa en la historia de la salvación”. Donde esto sucede los fieles orientan su devoción hacia verdades secundarias o aspectos espectaculares y sentimentales de la fe. Esto es evidente en la Semana santa.
2°. “La pérdida del sacerdocio universal en virtud del cual los fieles están habilitados para ofrecer sacrificios agradables a Dios por medio de Jesucristo, como enseña san Pedro en su primera Carta (2,5), y a participar, según su condición, en el culto de la Iglesia”. Este es el clericalismo del que habla el Papa Francisco.
3°. “El desconocimiento del lenguaje propio de la liturgia –el lenguaje de los signos, los símbolos, los gestos rituales…-, por los cuales los fieles pierden en gran medida el sentido de la celebración”. Este desconocimiento hace que los fieles se sientan extraños en las celebraciones litúrgicas y busquen expresiones más conformes a su parecer personal. El sentimiento suplanta al entendimiento.
En este tercer punto hay que señalar el particular conflicto que suele darse entre los signos litúrgicos y las imágenes. La liturgia se mueve en el campo de los signos y de los símbolos, no en el de las imágenes. A menos que las imágenes sean verdaderos signos y expresiones de la fe en Cristo. Esta es la noble tarea del artista y del arte sacro. La imagen sagrada digna del culto cristiano viene a ser como una prolongación del misterio de la encarnación del Verbo: “La imagen sagrada, el icono litúrgico, representa principalmente a Cristo”, enseña el Catecismo (n. 1159). Esa es su nobleza y razón de ser.
Sabemos que Dios usó el lenguaje de los signos y de los acontecimientos para manifestarse y revelarnos su amor misericordioso. El signo y acontecimiento cumbre de esta divina pedagogía fue la encarnación de su Hijo Jesucristo. Jesucristo es el Sacramento del Padre y la Iglesia es como un signo o sacramento universal de salvación (LG. 1); luego vienen los siete sacramentos de la liturgia mediante los cuales Cristo nos comunica su gracia. La estructura de la Iglesia y de la liturgia cristiana es sacramental, porque así es la salvación. La liturgia es por tanto la oración principal y oficial de la Iglesia, y nada la puede sustituir o suplantar.
Pero la liturgia no abarca todo. La Iglesia aprecia también y cuida con esmero las manifestaciones legítimas de la piedad popular como expresiones auténticas de la fe del pueblo creyente. El Espíritu Santo también actúa sobre todo el pueblo santo de Dios y se manifiesta en las prácticas de la piedad popular. Es éste un don y regalo del Espíritu Santo. Por eso la Iglesia debe cuidar y procurar que estas prácticas piadosas concuerden con el culto que rinde a Dios en la liturgia. La relación entre los actos piadosos y la liturgia no es de competencia o de sustitución, sino de mutua fecundidad. La tarea educativa es indispensable y un pastor sabio y prudente la suele lograr.
Mario De Gasperín Gasperín