Tras un atentado, una masacre en un bombardeo, una acción represiva absurda de un policía, un asesinato entre los muros domésticos, corren declaraciones de condena y análisis apresurados.
Desde la conmoción ante tanto sufrimiento y tanta crueldad, unos y otros publican o repiten frases comprensibles pero lejanas a la verdad.
“Todos condenan el cruel atentado…” Por desgracia, no todos. Hay fanáticos que se alegran ante la muerte de inocentes.
“El Estado vencerá en su lucha contra la delincuencia”. En verdad, ningún Estado puede impedir que algún día surjan nuevos delincuentes.
“Estamos ante un hecho irracional y absurdo, fruto de fundamentalismos superados por la historia”. A pesar de estas afirmaciones, es triste constatar que en las mentes criminales hay mucha racionalidad, y que la “historia” no supera ni elimina peligros futuros.
“No hay palabras ante un hecho como este”. No es cierto: casi siempre es factible decir algo, en la búsqueda por establecer causas, responsabilidades y medidas que pueden adoptarse para evitar, en cuanto sea posible, situaciones parecidas en el futuro.
Es comprensible que la emoción lleve a frases como las anteriores. Reprobar a quienes las pronuncian no resulta oportuno en muchos casos. Pero también es razonable pensar mejor nuestro modo de enjuiciar un hecho dramático y medir bien las palabras ante el mismo.
Quizá tardaremos un poco más en reaccionar, pero al menos seremos más sensatos en nuestras apreciaciones. Estaremos en condiciones aptas para elaborar y emitir frases que permitan comprender mejor los hechos y que ayuden a encontrar caminos para promover la justicia, la convivencia, el apoyo a las víctimas y una más eficaz acción preventiva en el futuro.