Esta afirmación es muy dura y aunque la idea de este artículo no es asustarte, pero si un llamado a tomar conciencia a una terrible realidad de que no todos iremos al cielo. Muchos se condenarán y pareciera ser que en la comodidad de la vida moderna no le tomamos el peso a esta triste verdad y aunque a veces no queremos pensar en ello, pero la realidad es que la puerta de salvación es angosta y la de condenación es ancha.
De nada sirve un doctorado en el Tecnológico de Monterrey o en Harvard, tampoco sirve que seamos presidente de una importante compañía multinacional, ni de nada sirve ser el hombre más rico del mundo si nuestra alma se condena. El condenarnos es el mayor perjuicio que podemos sufrir, pues no hay nada más terrible que perder el cielo, no hay peor desgracia para un ser humano que irse al fuego eterno.
Ya en Fátima la Virgen nos pone en guardia sobre ésta realidad. La Santísima Virgen como acto de misericordia muestra el infierno a los videntes y estos quedaron tan aterrorizados que si no es por la Virgen se mueren del susto. Santa Faustina Kowalska (Santa Polaca del siglo XX) en una visión se le permitió ver el infierno. Durante un retiro de ocho días en octubre de 1936, se le mostró el abismo del infierno con sus varios tormentos, y por pedido de Jesús ella dejó una descripción de lo que se le permitió ver: «Hoy día fui llevada por un Ángel al abismo del infierno. Es un sitio de gran tormento. ¡Cuán terriblemente grande y, extenso es!. Las clases de torturas que vi:
Seres con formas de animales horribles, un lugar muy mal oliente, que sólo hay sufrimiento y rechinar de dientes, que existe un fuego que nunca se consume y que quema por dentro el alma donde sólo hay odio, desesperación, gritos y espantosos lamentos, no existe paz y ni un segundo y es un lugar en el cual siempre se está atormentado y sin Dios. El sufrimiento de quienes ahí están es horrorosamente indescriptible.
En términos sencillos condenarse es morir sin la gracia de Dios, es decir, morir en estado de pecado mortal. La persona que muere en pecado mortal se va para siempre al infierno. Para evitar esta semejante desgracia (la peor de todas), Dios nos ha dado los medios para salvarnos: La Iglesia con sus sacramentos y los sacramentales.
Es fundamental llevar una vida católica ordenada, constante y alerta. Son de crucial importancia la Santa Misa, Confesión y Comunión frecuentes. La Oración, sin ésta estamos perdidos, el rezo del Santo Rosario, el uso del Escapulario, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús y María. Se recomienda por ejemplo en la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, la Confesión y Comunión los 9 primeros viernes de mes seguidos, etc.
No debemos bajar la guardia ante los tres enemigos de nuestra salvación: El demonio, el mundo y la carne. Vigilar y orar, porque el maligno anda como un león rugiente buscando a quien devorar.