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La buena actitud y el buen humor santifican

En  ocasiones nosotros elegimos un determinado estado de ánimo que a veces no es el más conveniente o agradable. Nos molestamos o deprimimos fácilmente sin tener gran motivo y actuamos inadecuadamente por la ira que tenemos en el momento. Como reflejo condicionado de diferentes vivencias, por ejemplo, si el día amanece nublado, por respuesta condicionada, decimos: no me gustan los días nublados, me DEPRIMEN, automáticamente nuestro subconsciente recuerda que un determinado día nublado nos deprimimos o quizás no nos agradó por que estaba con menos luminosidad  y evoca esa situación haciendo que la persona efectivamente se deprima y esté malhumorada. La forma correcta de pensar es decir, hoy está nublado el día, luego será un día despejado y agradable, “me gustan los días despejados y agradables”. En este ejemplo se visualiza con mucha claridad como se puede escoger la forma de ver las cosas, las emociones se pueden manejar y por lo tanto podemos controlar nuestros estados anímicos.

El buen sentido del humor parte por reírse de uno mismo y luego de lo que nos rodea (en el buen sentido claro está, esto es, no burlarse del prójimo, sino que reírse con él).

Que agradable es conocer y hablar con una persona alegre, pues como que motiva y dan ganas de seguir escuchándola. Alguna  vez se han detenido a pensar en las distintas sensaciones que uno experimenta a diario: por ejemplo, en la mañana, el aroma de una buena taza de café, o en  las  tardes apreciar los colores de los rayos del sol y esos suaves aires que soplan sobre nosotros, una conversación interesante con un viejo amigo,  escuchar las campanas de alguna Iglesia, apreciar la arquitectura de otra, recordar una situación graciosa, etc. Todo esto puede condicionar un pensamiento constructivo y saludable para nosotros mismos en cosas simples de la vida y que tenemos a diario, muchas veces, sin apreciarlas.

Uno de los hechos más espectaculares que experimenta un ser humano es el sentirse vivo, el existir, alguna vez se han hecho la pregunta  qué pasaría si no existiera   y más dramático aún si ni siquiera me diera cuenta de que existo o no. Esta simple reflexión nos hará valorar cada día, cada instante con nuestros seres queridos, cada  café que degustemos, cada saludo al vecino y veremos lo maravilloso de la vida, por la que tenemos que estar y sentirnos  tremendamente afortunados, agradecidos y felices. En fin, la vida es un don muy precioso como para estropearla con el mal humor.

A veces no nos sale o resulta todo como queremos, esas cosas se deben tomar con  serenidad, voluntad y paciencia sin permitir que nos afecten en nuestro humor, recordando que la mortificación es la oración del cuerpo, de modo que muchos recurren,  por ejemplo,  al ayuno o el levantarse más temprano, que son distintos ejercicios que disciplinan y fortalecen nuestra voluntad, pero ustedes se han preguntado cuanto valor tendría para una persona, el solo hecho de controlar su mal humor y el proponer firmemente nunca más molestarse con nada  ni con nadie, ciertamente sin desmerecer las mortificaciones tradicionales, esta última sugerida es doblemente provechosa, ya que con esto se logra moldear una personalidad recia, digna de un santo (se requiere heroísmo en la prueba) y se le da una muestra de gratitud a nuestro creador, por lo tanto sean  alegres, aprecien las maravillas de la vida y las virtudes humanas, pues es una forma elegante de decirle a Dios, ¡Gracias por crearme!