Quienes hemos tenido la dicha de recibir la fe católica, aprendimos desde el seno familiar a rezar a la Virgen María con las palabras del arcángel Gabriel. La llamamos “llena de gracia”, porque el Señor está con Ella, y “bendita entre todas las mujeres” porque lleva en su vientre un fruto bendito, que se llama Jesús. Es san Pablo quien nos recuerda que por Jesucristo hemos sido bendecidos por el Padre del cielo con toda clase de bendiciones. Jesucristo en persona es la bendición de Dios, bendición que comenzó en el seno de la Virgen María. Esto enseña nuestra fe.
El Papa Francisco reafirma esta verdad consoladora recordándonos que “Dios nos visita en la entrañas de una mujer, movilizando las entrañas de otra mujer con un canto de alabanza, con un canto de alegría”. Se refiere a la visita que hizo María a su prima Isabel con el Salvador en su seno, y a la respuesta gozosa de quien iba a ser la madre de Juan el Bautista, el precursor. El concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de María bendice y santifica al hijo de Isabel que salta de gozo y saluda al Salvador. En las entrañas maternas comienza el Gozo del Evangelio.
De estas páginas bíblicas se desprende nuestra fe católica, que celebramos en la liturgia. Alabamos, bendecimos y glorificamos a Dios por el misterio de la Virgen Madre, porque, “si del antiguo adversario -del Diablo-, nos vino la ruina, en el seno virginal de María ha brotado para el género humano la salvación y la paz”. Del vientre de María nos viene a todos los hombres la salvación y la paz. Allí la maternidad fue redimida del pecado y de la muerte y ennoblecida con el don de la virginidad. Por eso la Iglesia cree y confiesa a María como la “concebida sin mancha de pecado original”, y “la digna morada” que el Espíritu Santo preparó al Redentor.
El Papa Francisco proclamó esta fe de la Iglesia y la refirió, en la Misa celebrada el 12 de diciembre en Roma, a nuestra Señora de Guadalupe. Explicó: “Así lo hizo también en 1531: corrió al Tepeyac para servir y a acompañar a ese Pueblo que estaba gestándose con dolor, convirtiéndose en su Madre y la de todos los pueblos”. En efecto, Santa María de Guadalupe se presentó como la Madre del Dios por quien se vive mostrando en su seno el signo de su preñez. Al mismo tiempo, el broche que portaba en torno a su cuello marcado por la cruz, era la señal dolorosa que se hacía solidaria con las madres mexicanas que habían perdido un hijo, pues Ella también lo había entregado a la muerte para que ya no hubiera más muerte ni dolor. Por eso quiso ser nuestra madre compasiva, defensa y salud.
Al presentarse con el Hijo en sus entrañas, santa María de Guadalupe vino a acompañar al pueblo que “estaba gestándose con dolor”. México estaba a punto de nacer. Entendamos. Este es el punto de partida obligatorio y crucial para que los mexicanos encaremos nuestro presente y proyectemos el futuro. Por eso, como decía Madre Teresa, si una madre es capaz de asesinar al hijo de sus entrañas, nada impedirá que nos matemos unos a otros. Como ya lo estamos haciendo. La violencia más cruel es la que se comete contra el inocente e indefenso. Es declarar la guerra a la humanidad. Mientras se sigan propiciando y justificando legalmente los abortos, no habrá paz ni en el país ni en las conciencias.
Mario De Gasperín Gasperín