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De América para el mundo

Tanto el Papa Benedicto XVI como el Papa Francisco, a diferencia de sus predecesores, no tomaron parte como padres conciliares en el Vaticano II. El Papa Ratzinger era entonces un sacerdote, profesor connotado en las universidades alemanas y, posteriormente, teólogo oficial del episcopado alemán en el Concilio. Aunque indirecta, su aportación fue ciertamente significativa. El Papa Francisco, en cambio, nunca tuvo una participación directa en su celebración. Ingresó a la vida religiosa durante el primer año del pontificado del Papa Juan XXIII, quien convocó el Concilio, y recibió la ordenación sacerdotal una vez concluido este acontecimiento eclesial.

En la celebración del 86 aniversario de vida del Papa emérito Benedicto XVI, el Papa Francisco se refirió a quienes se oponen a la puesta en práctica de las enseñanzas del Concilio Vaticano II, afirmando que dañan “la hermosa obra del Espíritu Santo”; pero, que se equivocan, porque “El Espíritu Santo no es domesticable”. Otros pontífices se habían referido al Concilio como un regalo del Espíritu Santo a la Iglesia y al mundo, y san Juan XXIII esperaba de él una nueva primavera para la Iglesia.

Todas estas expectativas, además de la obra fatigosa del Papa Pablo VI por sacarlo adelante, del impulso evangelizador del Papa Juan Pablo II y del empeño clarificador del Papa Ratzinger, el Papa Francisco las asume con nuevo ímpetu, como lo expresa al preguntarse allí mismo: “Después de cincuenta años, ¿hemos hecho todo lo que nos dijo el Espíritu Santo en el Concilio?” “No”, se contesta, y añade: “Festejamos este aniversario casi levantando un monumento al Concilio, pero nos preocupamos sobre todo de que no nos de fastidio. No queremos cambiar”. Y continuó: “Hay algo más: existen voces que quieren retroceder. Esto se llama ser testarudos, esto se llama querer domesticar al Espíritu Santo, esto se llama convertirse en necios y lentos de corazón”.

Estas palabras clarifican la voluntad decidida del Papa Francisco de recoger la herencia de sus predecesores y, al mismo tiempo, de imprimirle nuevo ímpetu al Concilio tratando no de “domesticar” sino de dejarse conducir por el Espíritu Santo, el verdadero guía del Concilio como quiso san Juan XXIII.

¿De dónde sacó el Papa Francisco toda esta energía e impulso renovador? “De la gracia de Dios”, decía san Pablo; pero añadía: gracia “que no fue estéril en mí”. La gracia que impulsó al Papa Francisco fue la experiencia pastoral de la Iglesia latinoamericana. El Concilio se había enfocado preponderantemente a tratar la temática centroeuropea: el asunto ecuménico y el diálogo con el mundo de la ilustración. La problemática latinoamericana había quedado un tanto al margen. Pero aquí, en América latina, se debatían asuntos gravísimos para la Iglesia como era la pobreza de nuestros pueblos y su explotación inhumana por las ideologías imperantes, el capitalismo y el marxismo; el sistema de la seguridad nacional con el militarismo dictatorial; y la guerra fría que calentaba los ánimos y los empujaba a ideologías materialistas y violentas. En este ambiente se debatía toda América latina. Pero la Iglesia supo responder con valentía en las asambleas episcopales de Medellín, Puebla, Santo Domingo y últimamente en Aparecida. Esta fue una dinámica eclesial y “sinodal” en la cual el Papa Francisco forjó su espíritu y fraguó su experiencia pastoral de caminar codo con codo con el pueblo de Dios, humilde y creyente. Esta vivencia espiritual está sacudiendo al mundo y dando un nuevo aire a la Iglesia. Por medio del Papa Francisco y de la experiencia pastoral de la iglesia latinoamericana, el Espíritu Santo está llevando la renovación conciliar a la Iglesia universal.

Mario De Gasperín Gasperín