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Dios nunca cierra los ojos…

En los medios de comunicación estamos observando a diario como el mundo afronta las guerras, la persecución religiosa y toda clase de injusticias. Parece que ya no hay nada bueno, solo el sufrimiento y el llanto. Miles de cristianos de todas las denominaciones a causa de su en Jesucristo se convirtieron en el objetivo de violencia de parte de los extremistas religiosos y de los sistemas políticos contrarios a la doctrina y moralidad evangélica: mujeres cristianas secuestradas y violadas, hombres decapitados o fusilados, niños huérfanos desplazados y privados de sus derechos fundamentales. Todo una barbaridad.

Surge entonces la pregunta: si Dios es Amor, ¿cómo se explica el martirio y la muerte de los inocentes? La madre de un amigo solía decir: «A Dios se le puede pedir todo, menos explicaciones». Dios tiene su lógica y su «plan» concretamente definido para cada uno de nosotros. Antes de su martirio, Santo Tomás Moro escribió a su hija: «Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo que parezca, es en realidad lo mejor». Sin embargo, muchas formas del mal se puede imputar al ser humano y su inadecuada y dañina forma de gestionar su propia libertad. Decía San Luis Orione: «Que la injusticia de los hombres no debilite nuestra confianza plena en la bondad de Dios». No culpemos a Dios por el hambre en África, mientras los países occidentales tiran millones de toneladas de alimentos para no bajar sus precios. Tampoco culpemos a Dios por el martirio de nuestros hermanos en Medio Oriente mientras los terroristas obtienen armas y municiones de «nuestro lado» y el mundo cierra los ojos y finge que no pasa nada. Como seres racionales, y más como cristianos, entendemos que el mal es la ausencia del bien. «El mal es idea del hombre, no de Dios. Y si el inocente y el justo tienen que sufrir la maldad de los males, su recompensa al final será mayor. Sus sufrimientos y lágrimas serán nada en comparación con el gozo venidero. Y mientras tanto, Dios guarda siempre a los  que le guardan en su corazón» ―dice Leo J. Trese.

Como católicos, no podemos quedarnos con los brazos cruzados. Comencemos construir la paz y obrar con generosidad en nuestro entorno, en nuestras propias familias y lugares del trabajo. Seamos “callejeros” del Evangelio llevándolo a los que nos rodean.